¿POR QUÉ ESCRIBO?
En mi primera infancia mi padre me dio un consejo, que, desde entonces,
no ha cesado de darme vueltas por la cabeza. Él no era ese tipo de tío honesto,
y tampoco puedo negar que tuviera un puntillo de fanfarrón y mujeriego, pero al
final, cuando se fue, sus consejos y varias deudas no saldadas fueron el único
testimonio de que alguna vez pasó por aquí. Y tal vez yo, que, nutrido con sus
enseñanzas y curtido por nuestros largos paseos, estaba aún con vida para poder
otorgar el valor de su sabiduría a la siguiente generación.
No obstante, entre todas sus enseñanzas sobresalía una. Tal vez aquel
consejo que me dio no me habría cambiado la vida si hubieran cambiado las
circunstancias de aquella noche. De aquel momento en el que le vi aparecer en
el umbral de la puerta, empapado y con una oscura mirada ebria, desenfocada.
Por su pelo negro escurrían gotas de lluvia, y por sus finos labios
entreabiertos lo hacían doradas gotas de alcohol.
Se derrumbó enfrente de un niño de ocho todavía, que miraba con ojos
aterrados la penosa escena. Mi imaginación infantil no daba abasto imaginando
macabras escenas de peligros y fugitivos, presidiarios y borrachos. Fue
entonces cuando él me agarró del cuello del pijama y me susurró al oído las
palabras que serían la chispa para encender una llama que aún hoy no se ha apagado.
Años después, mi imaginación floreció y ha seguido germinando logrando
dar frutos maduros que a la gente le gusta catar. Soy escritor. Escribo sobre
las miserias de los hombres, y la esperanza que nunca muere. Y escribo según lo
que me aconsejó mi padre: ama sin ser amado, perdona sin ser perdonado. Vive
como si fueras a morir mañana, pero
aprende como si fueras a vivir para siempre.
Para
vosotros, Hugo. Víctor Hugo
No hay comentarios:
Publicar un comentario