Aunque con un poco de retraso y pidiendo disculpas por ello, el colegio Sagrada Familia presenta los textos ganadores del concurso del día del libro 2012.
Felicitamos a los ganadores e invitamos a los alumnos a continuar con su entusiasmo y agradecemos su participación en este concurso.
Concurso literario patrocinado por el AMPA del colegio Sagrada Familia
lunes, 17 de junio de 2013
CONCURSO LITERARIO 2013
El colegio Sagrada Familia presenta los textos ganadores del concurso del día del libro.
Estos textos han sido valorados según su originalidad, su expresión y el vocabulario utlizado.
1º ESO A Arturo Precioso Garcelán PRIMER PREMIO
En mi primera
infancia mi padre me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de dame
vueltas a la cabeza. Me dijo que las cosas buenas son las difíciles de
conseguir, pero si te esfuerzas por algo simple tendrás también un buen sabor
de boca al lograrlo.
Me lo contó
mientras hacía unos problemas de matemáticas que no me salían, me cansé de
ellos, y al formular aquella frase… Me harté aún más. No tenía ganas de pensar,
y si lo intentaba, me quedaba bloqueado y me enfadaba muchísimo más. Mi padre
decidió cambiar de frase: “Vísteme despacio que tengo prisa”. Le hice caso y me
sirvió para enojarme todavía más. Así que decidí recurrir a una oración de mi
arsenal: “Si algo no sabes hacer, Google te ayuda a poderlo resolver”. Y, cómo
no, funcionó. Encontré la respuesta, la copié y terminé. Pero esta vez fue mi
madre la que se puso poética: “Si ayuda te dan, la lógica te quitarán”. Lo
medité y llegué a una conclusión… ¡Qué pesada estaba la gente con las rimitas
de las narices! Pero, al fin y al cabo, seguro que algo de razón tendrían.
Llegó el temido
día del examen, yo estaba tranquilo, me parecía que iba a ser fácil. Pero me
equivoqué rotundamente. Había cinco problemas del estilo del que no había sabido
resolver, y como no hallaba la respuesta, no los hice. Saqué un cuatro. Me di
cuenta de que todos tenían razón con aquellas frases. Además, entendí que nunca
hay que copiar nada, sino fijarse un poco como resolverlo y así conseguir
aprenderlo.
Todos estos
consejos los recuerdo con cariño.
1ºESO C Marta Román Cañete
UN GRAN TESORO
En mi
primera infancia mi padre me dio un consejo, que, desde entonces no ha cesado
de darme vueltas por la cabeza “no todos los tesoros son de oro”. Esa frase me
hacía pensar cuál sería su significado.
A la
mañana siguiente me desperté con ganas de aventuras puesto que era mi
cumpleaños. Aquella mañana estaba todo el mundo en el salón para felicitarme:
los abuelos Juan y Marisa; la tía María; y Mama y Papa. Cuando baje al salón
todo el mundo me felicitaba, me dieron un regalo muy pequeño, en mi mente me
imaginaba qué podría ser: un balón, un móvil, unos cascos……, pero al abrirlo me
encontré con una bola de nieve de cristal con una niña muy acicalada y una muñeca.
Fue entonces cuando mi padre soltó una de sus típicas frases “no todos los
tesoros son de oro”. Me repetía la misma frase una y otra vez. Aquel regalo no
me hacía mucha ilusión, pero no dije nada para no disgustarles.
Subí a
mi habitación a vestirme para comer. Me gustaba mirar por la ventana todos los
días de mi cumpleaños. Pero lo que vi aquella mañana no era bonito.
Había
un niño en la puerta de enfrente con una cara de frío y con unos guantes y un
gorro viejo y andrajoso en una caja que le habían regalado. Aquel niño tenía
una cara de felicidad, como si le hubieran regalado mil euros. El niño se los puso con mucha felicidad y
emoción.
Miré mi
regalo y lo compare con el suyo, miré mi casa y la comparé con la suya, mire mi
cara y mire su cara. Aquel niño tenía muy pocas cosas y yo muchas. En ese
momento me di cuenta de la frase de papá
el verdadero tesoro no era ni el oro ni los regalos, era la familia.
Esas personas que te ayudan cuando te caes, que te quieren cuando te enfadas.
Baje corriendo al salón para darle los mejores besos y abrazos.
1ºESO B Laura Lozano Ferrer
Memorias Mías
En mi primera infancia mi padre
me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de darme vueltas por la
cabeza. Decía: ``Ayuda al prójimo, trátalo como te gustaría que te tratasen a
ti´´. Nunca lo entendía, bueno algo sí. Siempre antes de dormir lo recordaba en
mi mente, ¿qué quería decir aquello? Podría estar diciéndome que ayude más en
casa o que juegue más con mis hermanos, pero ninguna de estas razones me
convencía. Un buen día me levanté con el sol en mi cara, andaba con los ojos
medio abiertos, casi no veía. Me tome un vaso de leche, como siempre, dos
tostadas y una galleta, me vestí y me fui al cole. Allí las horas se me hacían
eternas, solo se oía la voz del profesor, hablando y hablando y hablando……De
repente la campana suena ¡sí bien, el recreo! Llegó la hora de los juegos, como
siempre jugando al fútbol. Siempre detrás de la pelota, intentando meter gol.
Me fui un instante para abrocharme las zapatillas cuando vi a un niño llorar,
en ese momento me quedé en blanco, mis amigos me gritaban para que fuera a
jugar al fútbol, pero al ver aquel niño llorar me lancé hacia él para darle un
abrazo. El niño no paraba de llorar, cuando intentaba hablar no se le entendía
nada. Al momento de darle otro abrazo el niño me miró con sus ojos, que dejaron
de estar tristes, se secó las lágrimas y me dijo con toda claridad:-`` Eres el
único niño que ha venido a ayudarme sin importarle mi aspecto. Dicen que soy feo
y un patoso´´. Yo al volver a ver esos ojos de niño inocente respondí:`` ¿Quién
dice eso? Yo solo veo a un niño porque se siente discriminado y eso no debería
ser así, que importa la opinión de los demás, la que importa es la tuya propia;
¿tú te sientes feo? Y él me respondió con toda seguridad:-``No´´.
Entonces le ofrecí mi mano y dejo
de llorar al sentirse seguro de sí mismo. Y en ese mismo instante es cuando me
di cuenta del consejo que me dio mi padre:`` Ayuda al prójimo, trátalo como te
gustaría que te tratasen a ti´´. Aquel sabio consejo que me dio mi padre me
sirvió de gran ayuda, gracias a él tengo un nuevo amigo. Y es que este consejo
me sirvió, me sirve y me servirá toda la vida y gracias a él tengo amigos por
todo el mundo. Y ahora que lo pienso, si yo hubiera sido aquel niño
discriminado por la gente por ser feo ¿me habría ayudado? Tal vez, pero lo
importante es sentirse seguro de ti mismo y de poder levantarte en cada golpe
como dice el dicho: ``La vida está llena de baches´´ Y en esa misma tarde,
cuando me vino a recoger mi padre le dije:-`` Hoy he ayudado al prójimo ¿y tú
papá? Y él con una sonrisa en la cara me respondió:-`` Pues claro hijo, eso se
hace todos los días´´.
2ºESO B Irene Vera Yuste
LA
MORA
En mi primera infancia mi padre me dio un
consejo que, desde entonces, no he cesado de darme vueltas por la cabeza. Ese
consejo era: “Dedícate a lo que te guste y no hagas caso de lo que la gente,
así conseguirás alcanzar tus sueños”. Le encantaba contarme historias
relacionadas con sus consejos. Esta es mi favorita.
Hace mucho tiempo, al sur de España, en
Cádiz hubo una mujer llamada Carmen. Era viuda y no podía tener hijos. Un día
frío de invierno, precisamente en Nochebuena, Carmen terminó de remendar un
chal para no tener frío en la misa del gallo. Antes de marcharse, cogió unos
pocos panecillos que había hecho para los niños del orfanato. Llegó y llamó a
la puerta, pero nadie contestaba, probablemente debido a que estarían rezando
en la humilde capillita del interior. Dio media vuelta y antes de irse, se fijó
en una cestita que había junto la puerta. Se acercó y vio que dentro había un
bebé que no parecía español. El bebé tiritaba y lloraba. Como nadie más andaba
por ahí (debido al frío que hacía) decidió llevarse a la niña a casa.
En casa de Carmen también hacía frío, pero
encendió la lumbre y la casa se calentó. Machacó una patata, un rábano y un
poco de pan (de lo único que disponía para cenar) y dio de comer a la niña
sentada junto a la lumbre. Debía tener unos cinco meses. Carmen pensó que sus padres serían moriscos
expulsados por el rey, que no podían hacerse cargo de su hija. “Te llamaré
Dalila Merced” pensó Carmen la llamó así porque casi todos los moriscos de
Cádiz venían de Dhal-il y porque la encontró en el convento de Ntra. Sra. De la
Merced. Entonces, sonrió y se durmió junto a su hija, dormida en su regazo.
Pasaron nueve años y Dalila se había
convertido en una niña curiosa y llena de vida.
-Madre, voy a comprar unos puerros en el
mercado. –Le dijo, monedas y cesta en mano.
-Vale pero no tardes mucho y cómpralos en
buen estado. –Le respondió, a pesar de que la niña no la oyó.
Nada más salir de casa, fue dando saltitos
hacia el mercado y compró tres puerros. Se giró y fijó su vista
en una pequeña casita de madera de la que se oían gritos y risas y
después otra voz que mandaba callar y empezaba a hablar. Se asomó por el
ventanuco y observó que eran niños sentados sobre taburetes y mesas de madera.
Le pareció fascinante lo que Teodoro contaba (el primo de su madre) y fue
corriendo a casa.
-¡Dalila, me has asustado! ¿Dónde has
estado?
-Lo siento, madre. Estaba comprando los
puerros –los sacó de la cesta y los puso sobre la mesa- y después vi a unos
niños en la casita de madera que escuchaban hablar a Teodoro. ¿Puedo ir yo
también? –pidió la niña haciendo pucheritos que sabía que no se podía resistir.
-Hija, yo soy costurera y no gano mucho. La
escuela es cara, sobre todo con la crisis, pero tú tranquila que hablaré con
Teodoro.
Carmen le contó a Teodoro lo que Dalila le
había contado a ella. Teodoro le dijo por ser su prima solo le cobraría el
material que la niña necesitaría.
Al día siguiente, Dalila fue al colegio. Al
entrar en clase y presentarse, ni una mirada cálida, ni una sonrisa le dio la
bienvenida. Todos los niños la miraban mal y le decían: “¡Morisca, vete de
aquí!” Ella no sabía que un morisco, así que se limitó a ignorar esos
comentarios y escuchó atentamente lo que Teodoro decía. En el recreo, también
se metían con otro chico y Dalila decidió espantarlos para que le dejaran en
paz.
-¿Estás bien? –Le preguntó Dalila ayudándole
a levantarse. –Tranquilo, ya me voy.
-No te vayas. Me llamo Gonzalo ¿y tú?
-Dalila. Oye ¿no tienes almuerzo? –Se fijó
ella.
-No, me lo han robado. Encima que hoy tenía
hambre...
-Tranquilo, compartimos el mío. –Se sentaron
en el suelo y empezaron a hablar.
-Oye, ¿no te importa ser amigo de, como
ellos dicen, una morisca?
-Si a ti no te importa ser amiga de un
ciego, pues no. –Dalila sonrió y supo que comenzó su primera amistad.
Todos los días almorzaban juntos, estudiaban
juntos, jugaban juntos y forjaron una fuerte amistad.
Por otro lado, Dalila resultó ser una alumna
brillante y, pese a ser mujer y morisca, Dalila entró en unas de las
universidades más prestigiosas de España para estudiar medicina. A sus veinte
años ingresó allí y acabó los estudios a los veintiocho años. Justo al acabar
sus estudios, se casó con Gonzalo y tuvieron tres hijos.
Era una médica tan prestigiosa que su fama
llegó a oídos del rey Felipe IV y la llamó para ser curado de gripe. Además de
pagarle bien, le regalaron unas plantas aromáticas de su tierra, la lejana
Arabia. Dalila descubrió que esas plantas tenían poderes medicinales y podían
curar la ceguera. Logró curar a su marido y todos los ciegos de Cádiz.
Lamentablemente, tuvo alzheimer muy joven y no se supo jamás cuál fue la cura.
Pero lo importante aquí, fue su empeño en
hacer lo que le gustaba y se convirtió en la primera morisca médico de la
historia, a la cuál la llamaban “La mora”.
2ºESO B Hendy Josué Serrano Ramírez
Querido diario:
Hoy ha sido otro de esos días en
que no sabes que hacer. No sabes si debes llorar o sonreír para sentirte mejor
contigo mismo. Otro de esos días en que no sabes si quieres estar solo o
acompañado. Lo peor es el no saber por qué te sientes así. No saber si el hecho
de que lo demás no noten como te sientes, te entristece mas aun.
Hoy he hablado con un amigo, y no
sé ni cómo ni por qué empezamos a hablar de nosotros mismos. Me dijo que ese
día estaba deprimido, a lo que le respondí que no se le notaba, pues aparentaba
estar como siempre. Continuamos hablando de nosotros mismos durante un rato.
Era como hablar conmigo mismo. Es curioso, las personas que aparentan algo
suelen no serlo. Con el tiempo aprendes que nadie es quien es.
Cambiando de tema, hoy no he
podido dejar de pensar en ella, es como un sueño inalcanzable, y como es típico
en mi, sigo pensando que no tengo ninguna posibilidad. Es horrible pensar como
yo, siempre me infravaloro y me preocupo demasiado por lo que piensan los demás
sobre mi. Soy muy diferente a los demás,
no destaco en prácticamente nada y es casi imposible encontrar a alguien que
comparta mis gustos y aficiones. Siempre me han dicho que soy inteligente,
gracioso y demás cosas que no recuerdo ahora mismo, pero yo siempre digo que no
es así. Además creo que soy una de las personas mas introvertidas y tímidas de
todo mi entorno. También sé que tengo muy baja autoestima, pero el saberlo no
hace que se solucione.
Me veo como una persona con
coraza. Pero esta coraza se va desgastando con los golpes, dejando cada vez mas
al descubierto a esta persona. Esa persona soy yo, la coraza es la “mascara”
que suelo usar y los golpes son cada uno de estos días.
Suelo ver a las demás personas
felices y perfectas. Y esto hace que me sienta peor conmigo mismo, pues yo no
sé cómo estar así de feliz. Aunque he aprendido que de todos los humanos, nadie
se muestra totalmente como es, o casi todos. Solo sé que nadie es quien es.
2ºESO A Carlos Yuste Torres
El naufragio del MAER
-Querido diario:
Llevamos casi una semana desde
que el barco de lujo “MAER” sufrió un naufragio en circunstancias extrañas.
Estábamos atravesando el océano Atlántico, cuando de repente pasamos un
“portal” en el medio de este océano. Cuando habíamos cruzado el “portal” solo
quedaba unos pocos metros para llegar al puerto, pero… ¡Había desaparecido! Y
allí ocurrió, un enorme ser marino se dirigía hacia nosotros, parecía una
ballena, pero era mucho más grande, rápido y fuerte. Cuando el ser colisionó,
rompió el motor y nos arrastró hacia una gran roca que sobresalía en el mar y
allí se quedó el barco. Algunos de los pasajeros murieron en el choque con la
roca, otros se quedaron enganchados y atrapados en sus habitaciones y otros
murieron cuando nadábamos hacia la orilla. En el momento en el que llegamos a
la orilla éramos apenas doscientos pasajeros. Pero perdimos a cincuenta
náufragos debido a las continuas hemorragias de sangre y a las infecciones de
heridas de gran tamaño. Nos fuimos a refugiar a una cueva, ya que parecía que
la especie humana de aquel lugar se había extinguido. Los ciento cincuenta
supervivientes nos refugiamos en la inmensa cueva. Desde la cueva nos
organizamos para intentar mantenernos con vida el máximo tiempo. 30 personas
fuimos a la orilla a ver lo que la costa había traído. Mientras recogíamos los
objetos que nos podían ser útiles, 20 personas se encargaban de hacer armas,
35, se encargaban de la salud de los demás, 24 personas se encargaban de buscar
frutas en los árboles. El resto de personas eran niños y ancianos que habían
llegado a la costa con los pocos botes salvavidas que habían quedado en buen
estado. Cuando volvimos a la cueva vimos una sombra de algo que se movía muy
rápido. El cuarto día, todos estábamos más alegres y menos desesperados que al
principio. En el momento que el Sol estaba en lo alto del cielo, haciendo un
ángulo de 90º con el mar mandamos una expedición de reconocimiento a las afueras de la cueva,
se fueron treinta y dos y volvieron siete. Los que volvieron, volvieron
aterrorizados, nos contaron que los demás habían muerto a causa de…
¡dinosauros! A todos nos entró el pánico y empecé a plantearme que el “portal”
que cruzamos era un “portal” al pasado. El quinto día se confirmó mi teoría de
la vuelta al pasado, ya que vimos algunos dinosaurios de cuello largo, otros
más pequeños pero veloces, y lo peor de todo, ¡vimos a un T-REX comiéndose a
otro dinosaurio! Hoy en el sexto día seguimos intentando sobrevivir en aquella
isla, con ayuda de unos pocos
dinosaurios a los que intentamos adiestrar.
3º ESO D Fernando Royán Juanes PRIMER PREMIO
Todo Es Competencia
Prólogo:
Éste es el mito de la causa del mal en el mundo y por qué la Competición
nos domina y nos controla. Jeder macht eine kleine dummheit.
Querido diario: hoy quería hablarte de la Competición. La Competición se
esconde en montañas rocosas, pero siempre se deja ver. Ella creó con sus
bonitas manos a Victoria y a Derrota.
Victoria era la grande, la fuerte, la reina de reinas. Derrota era el
patito feo, la pequeña, la débil, una criada. Pero, querido diario, la Derrota
abundaba más en las montañas, se
sumergía en lo más profundo de la tierra, la removía y escupía sus restos. Ay,
Victoria, poderosa, siempre es tan bien recibida, abunda menos, pero su color
es tan puro, tan puro, que mi cuerpo no ha conocido otra igual.
Érase este caballero, fuerte en la espada, valeroso, valiente, cabalgaba
un buen caballo. Salió en busca de Victoria, cual rey busca el poder sobre el
vulgo., pero, el poder, sólo lo otorga el Señor. Al cabalgar victorioso, el peso de ésta le
hacía fuerte pero su debilidad crecía. Vio la belleza en la más pura Victoria a
la cual conquistó fuertemente. Me gustaría saber cuál fue el motivo por el
cual, ese astuto caballero, en armas grande, de tez proporcionada y cuerpo
robusto, al cual mil amantes habían adorado, se encontró con Derrota, la dama
negra, sucia, seductora cual rebanada de pan cuando se tiene hambre. Su más puro deseo se convirtió en arena caída
de la montaña, Victoria, su más fiel compañera le abandonó.
Derrota entró , hirió sus entrañas, removió sus tripas, sacó todo y se
quedó dentro de él, fija, parada. “¿Cómo puede el Señor permitir tal desdicha
en mí, su fiel aliado? Victoria, regresa a mí, haré todo lo que pidas, te seré
fiel, te santificaré”. Para entonces, el tiempo ya había consumido toda
Victoria, la Derrota venció al caballero y se convirtió en un hombre desalmado,
pordiosero y vacío. La rabia y la desesperación hicieron de él carne sin vida,
dolor sin consuelo , murió loco y sólo, acompañado de la Derrota.
Una vez, querido diario, hubo un encuentro entre las dos hijas de la
poderosa madre Competición, esto fue lo que se dijeron: VICTORIA: “Levanto ángeles al rozarlos, planto
bosques con sólo mirar, la luna en mí brilla blanca y dubitativa de si de
verdad la he permitido brillar, ojos con sangre me piden clemencia, hombres
fuertes y guapos se arrodillan a mí, chupan mis pies, besan mis llagas y me
piden todo, hacen el amor incandescentes. La lluvia me pregunta si caer o no
caer para poder purificar la rabia de los hombres o si llevarse todo con ella,
el viento, siempre sordo y cansado me mira con cara de insecto, arrastrándose
por mis manos y me pide que le deje soplar, que le deje olvidar, que junto con
el tiempo pueda actuar de matapenas. Cupido me pide que le ponga pañales nuevos
y que le dé flechas, las flechas de la esperanza, de la desdicha, del recelo,
de la vida. Esa soy yo, Victoria, y tú, hermana fea y consumida, derrochas
vidas a montón, púdrete yo soy la única que puede SALVAR.”
Derrota, muy enfadada, se dirigió a Victoria, lo hizo tal y como le
salió del alma, alma negra y fría:
DERROTA: “Yo soy fea, maligna,
todos me detestan, pero tengo la capacidad de entrar, penetrar como una espada
y quedarme como un parásito, una sanguijuela. La sangre es mi aliada. Todo el
mundo odia la sangre, cuando alguien la ve, le suele dar miedo, pero en el
fondo es eso lo que le mantiene con vida. Yo, Derrota, soy como ella, me caso
con las personas, en contra de su voluntad, nadie tiene que hacer nada para
encontrarme, yo vivo en todos y cada uno de ellos. “Como la sangre, siempre de
bodas”. No necesito que nadie me ame, me temen, me maldicen y yo disfruto con
el dolor ajeno, pero, gracias a mí, para evitarme, la gente saca lo mejor de
ella, se esfuerza en evitarme, lucha y combate, hiere sus uñas, arranca su piel para no verse conmigo, la reina más poderosa
y temida, Derrota”.
Y así es como discutieron en su encuentro, así es como cada una luchó
por ella misma. Para poner paz, llegó la madre Competición, entre flores, con
lémures colocándole orquídeas en el pelo. Ratones vestidos de gala le quitan
toda suciedad en sus dientes. Competición anda sobre cocodrilos por los más
bellos ríos del Cáucaso. Llegó a sus hijas, y con voz rota por el peso de los
años, al igual que los axones neuronales de un viejo; dijo a sus hijas que
conquistaran el mundo. Las dos princesas vestidas de seda, estaban encantadas,
sin saber lo que ello conllevaba. Dio una orden y vinieron trompetas
calibrantes, sonidos fuertes, llenos de tensión, éstos condujeron a Victoria y
Derrota al mundo llano, al mundo mortal. Para dominar a los hombres y
conquistarlos hasta la locura.
Y,
ASÍ, QUERIDO DIARIO, SE CREÓ EL MAL.
3ºESO B Malena Lourdes Calogero de Caboteau
Un Sueño
“Querido diario”, comienzo. He
vivido una larga vida, arrepintiéndome y a la vez vanagloriándome de mis actos;
no ha sido fácil conseguir mis metas y, tampoco, ha sido fácil proponérmelas. Puede que este
pequeño diario sea alguna vez leído, de la vida de una persona más que ha
habitado este mundo, saboreando cada centímetro de esta vida como mejor haya
podido; tomando decisiones correctas e incorrectas a la vez. También puede que
no sea encontrado y leído nunca, quedando así en el olvido. Esta es una pequeña
introducción que quería hacer a la persona que encuentre esto.
Mi vida nunca fue fácil. Cuando
era pequeño, mi padre solía decirme “Las cosas no se regalan, debes estudiar
para tener un buen futuro”. Pertenecía a una familia que no tenía problemas
económicos. Al parecer, todo el mundo querría haber sido como yo, solamente por
tener dinero, ya muchos me envidiaban, me tenían asco y se cuestionaban cosas
como “¿Por qué tiene dinero, y nosotros no?”; esa simple pregunta les valía
para acosarme en la clase, dejarme sólo, reírse de mí… Yo estaba indefenso. Era
yo solo contra tantos, que no podía. Así que mi única salida era la
resignación. Tenía muy claro que no iba a cambiar mi forma de ser por los demás
para que me aceptaran. Prefería ante todo, estar solo, preguntándome, “¿Por qué
yo?”
Era muy buen estudiante, de
hecho, tenía el promedio más alto de la clase. Otra razón más para odiarme,
pero a mí no me importaba.
El acoso era cada vez peor. Me
esperaban al final de las clases para pegarme, insultarme y acosarme sin ningún
vestigio de compasión, aunque lo que más odiaba era que alguien sintiera pena
por mí. Era lo único que hacía que, después de cada golpe, y lleno de sangre,
me levantara, aguantando así el dolor, por una parte, de mis heridas, y por
otra, de sus burlas.
Toda mi infancia y adolescencia
fue así. Era un infierno del que sabía que jamás podría salir. Me recordaba a
Dante descendiendo hacia los Infiernos; un camino tedioso y difícil, donde, el
protagonista, ve la barbarie humana, concentrada en el peor de los miedos del
ser humano, el ardiente y terrible Infierno.
Me encantaba la Literatura; era
la única forma de distracción que tenía en aquellos tiempos. Había leído desde
Dante Alighieri hasta Kafka. Esto era más motivo para el acoso, pero no me
importaba. Seguía haciendo lo que más me gustaba y con lo que más disfrutaba.
Pensaba que la ignorancia del ser humano no tiene límites.
Mis padres tenían pensado un gran
futuro para mí. Querían que fuera abogado, pero esa carrera a mí no me gustaba.
Quería hacer algo que me gustara realmente, que era la Literatura. Me
encantaría haber sido Filólogo; pero ya terminado el secundario, mis padres
deciden cambiarme de colegio; era un internado, por el que mis padres pagaban
al mes una inmensa cantidad de dinero. Pensé que podría ser mi liberación de
aquel Infierno.
Cuando llegué, todo era nuevo
para mí. No conocía a nadie, estaba otra vez sólo, sensación que había experimentado
desde que iba al colegio, por lo tanto, no me parecía extraño.
Mis compañeros de habitación
tenían muy buenos promedios, y charlaban entre ellos hasta que se percatan de
mi presencia. Me hablaban, algo insólito para mí. Fue la mejor época de mi
vida; pude por una vez tener “amigos”, sentirme bien.
Terminé los dos años. Entonces,
hice la carrera que tanto anisaban mis padres. A partir de este momento, mi
vida fue una más. Destaqué como abogado. Conocí a una mujer, de la que me
enamoré y tuvimos dos hijos; pero nunca realicé mi sueño.
Ahora escribo desde el hospital,
sintiendo como mi aliento, mi tacto, mis pensamientos, se desvanecen
lentamente, sintiendo el frío abrazo de la muerte; sólo y sin nadie a mi lado…
3ºESO C Gema Mª Camino Bravo
En mi primera infancia, mi padre me dio un consejo que, desde entonces,
no ha cesado de darme vueltas por la cabeza. Aunque, más que un consejo, sonaba
como una advertencia. “No abras nunca ese baúl”, decía, “la curiosidad nunca es
buena”. Se refería a una pequeña cajita que se encontraba en la buhardilla de
nuestra casa. No sé muy bien por qué, pero jamás dejo de pensar en él. Nunca he
entendido qué puede haber en esa caja que no puedo abrir. Quizás más que el
consejo en sí, lo que me ha dejado huella ha sido la muerte de mi padre, poco
tiempo después de que me diera aquel consejo. Supongo que, aunque no tenga
sentido, siempre lo he relacionado. Pero, aún sin saber que es lo que contiene
el baúl, no se me ha pasado nunca por la cabeza abrirlo.
Hoy es viernes, y acabo de llegar
a casa de la universidad. Estoy preparándome para salir, voy a celebrar con mis
compañeros que hemos terminado los exámenes. Mi madre, como de costumbre, está
trabajando. Lleva sumergida en él desde que mi padre falleció.
Tengo que ponerme pendientes,
pero, maldita sea, no los encuentro. Entonces recuerdo que tengo unos arriba,
así que subo rápidamente. Llegaré tarde si no me doy prisa. No recuerdo muy
bien dónde estaban, pero estoy segura de que es por aquí. Empiezo a rebuscar en
los cajones de la cómoda, sin encontrar nada. Cada vez me desespero más, y voy
tirando cosas a mi paso. Nunca llegaré si no encuentro esos malditos
pendientes.
Voy recorriendo la habitación, sin
encontrar nada. Tendré que irme sin ellos. Me doy la vuelta y tiro algo al
girarme. Suspiro y miro a mis pies. La boca se me entreabre involuntariamente,
por la sorpresa. Es ese pequeño baúl. Me agacho para recogerlo, sin saber muy
bien de dónde ha salido. Juraría que estaba guardado en un armario desde hace
años. Para mi asombro, nada más tocarlo se abre. Parece que la cerradura se ha
roto al caer. Me dirijo a depositarlo nuevamente en su sitio, pero siento la
necesidad de abrirlo. “Qué más da”, me digo, “si probablemente sea una
tontería. Un regalo de cumpleaños, tal vez”. Me siento en una silla y miro el
contenido. No, no es un regalo. Son un montón de hojas. Hojas de aspecto
antiguo, muy antiguo. Están incluso amarillentas. Las saco con cuidado. Es un
buen taco de folios -más grande que un libro de Ken Follet. La letra es muy
pequeña. No la reconozco, no sé quién puede haberla escrito. Veo que es algo
parecido a una carta gigantesca. Empieza diciendo: “Estimado señor Caín, me
dirijo a usted como acordamos hace años...” ¿Señor Caín? Una carta dirigida a
mi padre. Paso las hojas rápidamente. No hay fechas, ni más saludos. Todo fue
escrito el mismo día. ¿Quién escribiría una carta tan larga?
Sacudo la cabeza. No debería estar
haciendo esto. Además, voy a llegar tarde. Asiento para mí misma y dejo las
hojas dentro de la cajita, en el suelo. Ya lo guardaré más tarde. Me miro al
espejo y me peino. Bajo deprisa, cogiendo las llaves a toda velocidad. Tengo el
coche aparcado en la puerta. Lo abro, y enciendo la radio. Necesito relajarme
un poco, siempre pienso demasiado. Me parece un sonido de hojas. Me giro,
pensando en que tengo una obsesión con los apuntes. Y entonces la veo, sobre el
asiento trasero. Una hoja amarillenta, de aspecto antiguo y escrita con una
letra diminuta. La cojo. Parece que es la última hoja de la carta. ¿Cómo ha
llegado hasta aquí? Sí, es la despedida. Mejor la dejo. Espera. Aquí hay algo
raro. Leo: “ Por todo esto, iré a verle el 17 de enero a las diez de la noche.
Tenemos que acabar con ésto”. El 17 de enero. El día de la muerte de mi padre.
Pero hay algo que no entiendo. A las diez, él estaba en casa. Recuerdo
perfectamente el día de su muerte. Se me quedó grabado con todo detalle
-incluso puedo decir sin dudar qué comí. No parecía tener prisa por ir a ningún
sitio. Es más, estaba muy tranquilo, incluso más de lo normal. Las diez de la
noche. Algo me resulta raro en la hora... Yo era una niña, por lo que me
acostaba pronto. Mi madre me levantó, llorando, para comunicarme que había
muerto. La hora... ¿Cuál es el problema con la hora? Ya lo tengo. Lo recuerdo como si lo estuviera
reviviendo de nuevo. Nuestro reloj de cuco había sonado justo antes de que me
levantara, como si todo estuviera medido. Sonó diez veces. Y nuestro reloj
siempre iba diez minutos atrasados, nunca daba la hora bien, cosa que ponía
histérica a mi madre.
Todavía quedan un par de líneas
escritas con esa elegante y pequeña letra: “Y volveré. Pero no para verte a ti.
Será para ver a tu hija, dentro de veinte años. El 18 de abril. El motivo es
que leerá esto. Nadie puede enterarse de todo ésto. No pienses en quemar las
hojas, no podrás. Quise asegurarme de que no se destruirían antes de llegar a
tus manos. En cualquier caso, intenta advertirla, si lo deseas”.
Se me ponen los pelos de punta.
Hoy es 18 de abril. Y, Dios mío, han pasado veinte años exactos desde la muerte
de mi padre. Caigo en la inconsciencia antes de poder pensar nada más. No sé si
para siempre o sólo por unas horas.
3ºESO D Miguel García González
En mi primera infancia mi padre
me dio un consejo que desde entonces no ha cesado de dame vueltas por la
cabeza, pero eso fue hace mucho tiempo,
me sitúo en el invierno más frio que jamás viví, pienso que fue el más
frío por la situación que vivió. Hacía ya un año que enfermó, los médicos y mis
familiares me decían que iba a salir adelante pero el tiempo pasaba y no
mejoraba, llevaba un año ya sin padre porque ya no bajaba con él a jugar, a dar
un paseo ni siquiera a echarme unas risas con él. Llevaba un año en la cama,
iba perdiendo pelo hasta quedarse prácticamente calvo, pasaba todos los días y
a todas horas por su habitación, él me sonreía y solo era capaz de decirme “te
quiero” todos los días salía del cole
con una sonrisa en la cara porque sabía que le iba a ver y me iba a dar un beso
de los que siempre me hacían reir y
ahora añoro. Con el tiempo nos dijeron que no podía estar en casa debido a su
estado y ya no le iban a dar más medicamentos, era duro asumirlo pero así lo
exigía la situación, pero yo seguía con esa sonrisa porque seguía yendo a vele
y me sentaba con él a su lado y le daba
la mano y me la acariciaba, me pasaba en
el hospital todas las tardes que podía. Él sólo dormía, de vez en cuando,
cuando tenía fuerzas abría los ojos, me preguntaba cualquier cosa y me dedicaba
una sonrisa luego volvía a dormirse, pero el tiempo seguía pasando y cada vez
quedaba menos para su final. Hasta que una noche fui a verle y a vi a madre
llorar y a los médicos y familiares la consolaban, entré en la habitación y
allí estaba él, esperándome para decirme el último adiós, me senté junto a él y
me dio el mejor consejo de mi vida, primero me dijo que yo ahora era el hombre
de la familia, que tenía que cuidar a mi mamá y a mi hermano, que estudiara y
que fuera buena persona, pero lo último que me dijo fue, “lo más bonito en éste
mundo es ayudar, dedicarse y dar la vida por los demás, porque ellos la darían
por ti y ayudando a los demás, te hará ser la persona más feliz del mundo,
porque no hay nada mejor que dar la vida por los demás”. Eran palabras que me
dejaron sin aliento, sin saber que decir.
Después de funeral, del papeleo,
del sufrimiento, esa frase me abrió los ojos y me hizo cambiar, esa situación
me hizo descubrir mi vocación, ayudar a los demás. Empecé a estudiar y a
dedicarle más tiempo al estudio, de ahí salieron frutos que florecieron en
buenas notas, tenía clara mi misión en
ésta vida y le daba gracias a Dios por ello. Con esas notas conseguí
entrar en la Facultad de Medicina, seis años de carrera y dos de
especialización. Pero lo más importante que había que saber para ser un buen
médico, te lo ensañaba la vida. Cada día ayudaba a la gente y eso me hacía
sentir grande, pero para lo que yo quería saber, aún no había cura.
Me rodeé de los mejores médicos y
biólogos que conocía, realizamos juntos numerosos avances para la cura de ésta
enfermedad, incluso descubrimos curas y remedios para otras enfermedades sin
resolver, pero nuestra prioridad no se cumplía.
Cuando cumplí los cuarenta y
cinco años empecé a padecer la misma enfermedad que tantos años atrás, acabó
con mi padre y en ese momento me di cuenta que era la oportunidad de mi vida
para encontrar la cura, me hicieron muchas pruebas mis amigos médicos y
biólogos, experimentaron conmigo, yo sacaba fuerzas de flaqueza para ayudarles,
paso a paso fuimos encontrando la solución, pero yo cada día me encontraba
peor, pero mi hijo me venía a ver todos los días y cada día aguantaba menos y
me dormía, me trasladaron al hospital y allí, sacando fuerzas de donde no había
hallé la cura contra mi enfermedad y la de mi padre, pero para mi ya era tarde,
yo ya estaba en las últimas , pero conseguí la meta de mi vida, el mejor premio
de todos. Cuando ya iba a fallecer, vino mi hijo y me recordó a mi hacía tantos
años y le dije mi consejo, “hijo toda mi vida me he dedicado a la cura de ésta
enfermedad, al fin lo conseguí, pero lo que no he hecho ha sido disfrutarla al
máximo, y o sólo te pido eso, que la disfrutes y que ayudes a los demás, que tu
padre siempre estará orgulloso de ti, como está el abuelo de mi, te quiero”.
4ºESO C Alberto Maqueda Canoyra PRIMER PREMIO
BOHEMIAN RHAPSODY
En mi primera infancia mi padre
me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de darme vueltas por la
cabeza, dada la impresión que me causó.
Cuando eres niño cualquier cosa
que te digan los mayores la guardas para ti y la recuerdas para toda la vida.
Quizá debiera empezar este relato por aquel magnífico consejo, pero me lo
callaré de momento. De momento…
Desde siempre me atraían las
estupendas colecciones de discos que tenía mi tío en su salón. Desde muy
pequeño quise yo también poseer música, como él. La colección de mi tío era
enormemente variada, desde artistas como Mozart o Beethoven, pasando por el
silencio de John Cage, a Beatles, Rolling Stones o Queen. O grupos más
modernos, como Radiohead. Siempre que iba a su casa sonaba algún disco de
aquellos magníficos artistas. Toda mi vida yo había sido un muchacho tímido, y
de mi boca nunca salieron más de dos frases seguidas. Pero me encantaba aquella
gran colección de arte que tenía mi tío…
Jamás, hasta aquel día, manifesté
mi admiración por esos músicos. Hasta entonces nunca nadie supo algo sobre mí
que no fuese mi continuo silencio. Pero esa colección…
Cuando mi tío introducía, por
ejemplo, Rubber Soul en su
tocadiscos, se aislaba del resto de mi pesada familia, se tumbaba en el sofá y
miraba a cualquier lado. A veces cerraba los ojos, otras no. Entonces yo me
escondía tras un sillón, tímido de mí, y escuchaba también esas obras de arte.
Como he dicho anteriormente, nadie sabía que yo amaba aquella música. Por
supuesto mi tío no era una excepción. Hasta aquel día… Todo cambió aquel día.
Aquel día, al seguir en silencio a mi tío al salón, estuve más lento que de
costumbre, y mi padre me sorprendió en el momento exacto en el que me ocultaba
tras el sillón.
-¿Por qué te escondes tras ese
sofá?
Podría haberle dicho mil cosas,
podría no haberle dicho nada, algo que habría sido habitual en mí. Pero lo
hice. Mientras le contaba, mi padre escuchaba atentamente.
-Amo la música. Amo cada instante
en esa habitación con el tío.
Tras mi explicación se quedó en
silencio, sin pronunciar palabra. Probablemente se quedó demasiado sorprendido
como para hablar.
Desde siempre me habían dicho,
para criticarme y supongo que para hacerme cambiar, que yo era exactamente
igual que mi tío, si bien nunca lo consiguieron.
En esto mi padre le contó a mi
tío mi afición. Cuando se enteró se alegró mucho de ver que no era el único de
la familia en apreciar lo que él llamaba obras de arte.
Aquella tarde tuve dos intensas
charlas, que no broncas, a diferencia de lo que había sido mi vida hasta aquel
día. La primera de ellas fue con mi tío. Desde aquella tarde lamenté enormemente
cada segundo de mi vida que había estado escondido tras ese sillón, y no había
hablado con mi tío de nuestra afición. Esa conversación debió durar varias
horas, según me dijeron luego, aunque a mí se me pasó volando. Con él hablé de
todo un poco, y me hizo un regalo muy especial: A Night At The Opera, de la
banda inglesa Queen.
La segunda charla fue con mi
padre. Nunca me habría imaginado que mi padre, ese hombre aparentemente
refunfuñón y con un carácter muy cambiante, pudiese entablar una conversación
conmigo. Esa tarde me dio el consejo más importante y brillante que me han dado
en la vida:
-Hijo, escucha esto que voy a
decirte: Siempre que tengas algo que decir, simplemente dilo. No esperes tanto
para decirlo como has hecho hoy, porque cuando quieras hacerlo el sol se habrá
ocultado y será demasiado tarde. Pero tampoco te precipites en tus actos, pues
quizás todavía no haya amanecido y será demasiado pronto.
Ahora soy escritor, y cada vez
que alguna idea se me viene a la cabeza la escribo, y creo que la gente que
compra mis libros lo agradece. Durante toda mi vida he tenido muy presente ese
consejo, sin el cual difícilmente sería lo que ahora soy.
Ahora, al igual que mi tío, tengo
mi propia gran colección de música, a la que he añadido influencias personales,
como el jazz. Adoro la forma que tiene Miles Davis de tocar la trompeta, y me
encanta la música de Chet Baker. Aún conservo A Night At the Opera, el primer
disco que tuve gracias a mi tío, que fue el primero de mi ahora extensa
colección.
En este momento me dispongo a
escribir un nuevo libro, y como hace tiempo que no escucho Exile On Main
Street, lo voy a escuchar. Mi tío siempre decía que un poco de Stones nunca
venía mal. Me encanta lo que hago, pero como dije antes todo se lo debo al
consejo de mi padre. Menos mal que hablé a tiempo…
4ºESO D Laura Menéndez Agujetas
Querido Diario:
Hoy hace seis meses desde que
ella se fue. Hoy hace seis meses del día en que me separé de ella para siempre,
y desde que la vi por última vez.
Cada día me pregunto por qué
siempre se van las mejores personas, y las que más ganas tienen de vivir,
cuando hay gente que se destroza la vida día a día o se la quita. Creo que por
esa razón Dios y yo nunca nos hemos entendido, porque no entiendo que llevarse
al cielo a una persona que acaba de cumplir cuarenta y dos sea la mejor
decisión.
Aún me acuerdo de su olor. Todo
olía a su colonia con solo estar ella presente en una habitación. Y su pelo,
recuerdo lo que le gustaba que la peinara por las noches, antes de acostarse.
Recuerdo la de noches de tormenta
que he pasado acurrucada a ella en su cama. Recuerdo que con ella no sentía
frío, ni miedo. Recuerdo que solía
decirme que yo era lo que más quería. Que me hacía cosquillas cuando estaba
triste y que siempre conseguía hacer que acabara riéndome a carcajadas.
Y entre tantos recuerdos, no
queda ni uno malo.
Yo soy de las personas que
piensan que como de verdad se supera la muerte de un ser querido es hablando de
él, reviviendo todos los momentos que has pasado junto a esa persona, y
pensando que esté donde esté, te sigue viendo y queriendo igual o más.
Soy consciente de que nada
volverá a ser como antes. Nadie volverá a mirarme como ella, ni a sonreírme
como ella. Ni a arroparme por las noches como ella…
Ojalá pudiera volver a verla,
aunque fuera solo para abrazarla y decirle que estamos todos muy bien. Que papá
ya no llora, que Lucía ya no usa chupete ni pañal, y que su primera palabra fue
‘mamá’. Que yo ya sé hacer el pino y que he sacado cuatro sobresalientes.
Me gustaría que supiera que ahora
cuido yo de ellos como ella solía hacer, y que espero que cuando sea mayor,
pueda ser como ella.
Hoy hace seis meses desde que mi
madre se fue al cielo. Pero aunque no la vea físicamente, sé que ella está conmigo.
4ºESO D CADELA NAVARRO
En mi primera infancia mi padre me dio un
consejo que desde entonces no ha cesado
de darme vueltas por la cabeza… “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”.
Un simple consejo que te acompaña en cualquier circunstancia de la vida. Una
pena haberme dado cuenta de su valor demasiado tarde. Son ya tantas
oportunidades perdidas que prefiero no mirar atrás y centrarme en futuras
oportunidades, como la de mañana. Mi primera audición en ni más ni menos que en
la prestigiosa escuela de ballet de New York City. No son suficientes mis
nervios como para que encima Lauren llegue tarde a recogerme al aeropuerto. Una
inmensa y moderna ciudad se levanta ante
mis ojos… no puedo evitar sentirme pequeña, minúscula… ¡microscópica ante tanta
belleza! Hace mucho sol y como no, ya
quiero empezar a coger color… falta me hace. Mi piel es blanca como la leche y
mis ojos marrones como la miel. Unos labios finos pero rojizos dan color a mi
rostro. Todo esto está acompañado de una larga melena rubia ondulada que, sin
duda alguna, es mi bien mas preciado.
Todo lo contrario a Lauren, mi mejor amiga, una chica alta, morena de
piel y de cabello, con unos grandes labios y unos ojos color verde
esmeralda. Se está retrasando mucho,
será mejor que…
-¡CARMEN!-
-Lauren… ¡Por fin!, llevo esperándote más de
media hora.-
-Venga déjate de quejas, sube a la moto que
llegamos tarde a la reunión.-
Se nota que viene a toda prisa. Tartamudea y
su voz fina parece entrecortarse del cansancio. Sin más quejas le hago caso y
subo a una vespa rosa, mi color favorito, colocada enfrente de la puerta de la
estación. La brisa de la gran ciudad
despeina mi melena mientras Lauren, concentrada en la calzada, me lleva a su
casa. Habíamos quedado con todos allí, menos mal que nos habían cogido a la
mayoría para la audición, porque si no mis nervios se dispararían.
Mientras estaba evadida en mis pensamientos
Lauren y yo recorríamos New York de un extremo a otro. Un viaje en moto por aquella ciudad se pasaba
rápido. En un abrir y cerrar de ojos estábamos en el portal. Lauren era la
única que, estando en su propia ciudad, no había intentado buscar trabajo en un
sitio donde pudiese aplicar todo lo aprendido en sus 18 años en la escuela de
danza de Madrid. Siempre decía que habría tiempo de buscar un trabajo que le
gustase, pero que por ahora pagar el alquiler era lo único que le preocupaba.
.. Ya con sus 28 años Lauren se sentía atada y sin ganas de disfrutar de la
vida. Justo entonces, mientras intentaba convencerla de que buscase un buen
trabajo, pasamos por un gran PUB llamado Burlesque.
-Lauren, este es tu trabajo, lo sé… ¡entra!-
-Ya iré mañana Carmen, hoy no tengo ganas…-
-“No dejes
para mañana lo que puedas hacer hoy”-
De nuevo un pequeño consejo me acompañaba en
una situación indecisa de mi vida. Las puertas del PUB Burlesque se abrían ante nosotras. Un
gran cambio nos esperaba, lo presentía…
1º Bachillerato B Marina Cañizares PRIMER PREMIO
¿POR QUÉ ESCRIBO?
En mi primera infancia mi padre me dio un consejo, que, desde entonces,
no ha cesado de darme vueltas por la cabeza. Él no era ese tipo de tío honesto,
y tampoco puedo negar que tuviera un puntillo de fanfarrón y mujeriego, pero al
final, cuando se fue, sus consejos y varias deudas no saldadas fueron el único
testimonio de que alguna vez pasó por aquí. Y tal vez yo, que, nutrido con sus
enseñanzas y curtido por nuestros largos paseos, estaba aún con vida para poder
otorgar el valor de su sabiduría a la siguiente generación.
No obstante, entre todas sus enseñanzas sobresalía una. Tal vez aquel
consejo que me dio no me habría cambiado la vida si hubieran cambiado las
circunstancias de aquella noche. De aquel momento en el que le vi aparecer en
el umbral de la puerta, empapado y con una oscura mirada ebria, desenfocada.
Por su pelo negro escurrían gotas de lluvia, y por sus finos labios
entreabiertos lo hacían doradas gotas de alcohol.
Se derrumbó enfrente de un niño de ocho todavía, que miraba con ojos
aterrados la penosa escena. Mi imaginación infantil no daba abasto imaginando
macabras escenas de peligros y fugitivos, presidiarios y borrachos. Fue
entonces cuando él me agarró del cuello del pijama y me susurró al oído las
palabras que serían la chispa para encender una llama que aún hoy no se ha apagado.
Años después, mi imaginación floreció y ha seguido germinando logrando
dar frutos maduros que a la gente le gusta catar. Soy escritor. Escribo sobre
las miserias de los hombres, y la esperanza que nunca muere. Y escribo según lo
que me aconsejó mi padre: ama sin ser amado, perdona sin ser perdonado. Vive
como si fueras a morir mañana, pero
aprende como si fueras a vivir para siempre.
Para
vosotros, Hugo. Víctor Hugo
1ºBachillerato A Jaime Murúa Rodríguez-Bobada
“En mi primera infancia mi padre
me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de darme vueltas por la
cabeza”-fue lo que pensó Connor Kenway antes de cruzar la puerta de la muralla
de Boston. Nuestro protagonista, un mestizo norteamericano, retornaba a la
ciudad en la que había vivido hasta los ocho años, cuando aconteció el fatídico
suceso que puso fin a la vida de su padre, el capitán Haythan Kenway.
La tierra americana, ocupada
siglos atrás por los primeros colonos ingleses vivía sometida por el puño de la Corona Británica , que con sus
ejércitos explotaba la zona y restringía los derechos de los nativos,
marginados socialmente y con escasas libertades.
Connor, hijo de padre inglés y
madre india había visto como años atrás su padre había sido procesado por
desobediencia civil a la Corona
siendo el impulsor de las jornadas y huelgas en Boston que buscaban conseguir
que el pueblo participara en la política y tuviera libertad comercial en el
Océano Atlántico. Antes los ojos de su hijo, su padre había sido colgado frente
al ayuntamiento de la ciudad y Connor había huido del peligro a los bosques,
donde se crió en el seno de la tribu de su madre.
En una zona libre del brazo
inglés, Connor creció y se educó como un guerrero del bosque, aprendiendo a
cazar, moverse con sigilo, escalar por los árboles y manejar el hacha y el
arco. Todo ello bañado por un mensaje de culto a la naturaleza que su madre le
enseñó y unas palabras que su padre le dijo antes de morir:
“La libertad y la felicidad de nuestro pueblo es por lo que debemos
luchas. Si trabajamos todos juntos, algún día esta tierra será libre”.
Desde entonces Connor pasó años
de su adolescencia entrenándose y preparándose para proseguir la labor de su
padre, para rebelarse contra el yugo inglés. Estos recuerdos le vinieron a la
mente a nuestro héroe cuando entró en el lugar que le vio nacer. Encapuchado y
perfectamente armado para el combate, atravesó las calles adoquinadas de a
ciudad con un objetivo: encontrar a los miembros del antiguo movimiento al que
su padre perteneció, los Hijos de la Libertad. Mientras
transitaba por los abarrotados muelles, donde circulaban miles de marineros
cargando y descargando barcos mercantes provenientes de las rutas europeas, se
formó junto a él un corrillo de personas entre las cuales destacaba un hombre
barbudo ataviado con ropajes de marinero quien decía:
“Basta ya de injusticias,
rebelémonos contra ellos. Si no nos dejan comerciar, ¡nadie en esta ciudad lo
hará! ¡Destruyamos sus mercancías inglesas!”
Mientras se dirigían hacia el
almacén del puerto, un grupo de casacas rojas arremetió contra los manifestantes,
abriendo fuego con sus mosquetes. Connor contempló la injusticia de cómo
hombres armados atacaban a personas desarmadas. Entre la marabunta emergió con
su hacha para disolver la pelea y acertó con su afilada hoja a los cuellos y
tripas de los soldados ingleses que fueron cayendo uno a uno ante una figura
rápida como el viento que aparecía de la
nada para soltar la estocada final.
Disuelta la rencilla, los
manifestantes arroparon a su salvador:
“Únete a nosotros, nos has
salvado la vida. Ya has visto cómo son estos desalmados perros ingleses;
síguenos y liberaremos la zona. Me llamo Stéphane”.
“Yo me llamo Connor y no pararé
hasta liberar esta tierra. Vamos a destruir esas mercancías, ¡por la libertad!”
El grupo derribó la puerta del
almacén del muelle y prendió fuego a todas las provisiones inglesas, enviando
un mensaje de esperanza al pueblo. El gobernador lo interpretó como un desafío
y decretó la prohibición de que los nativos pudieran ostentar negocios. Aplicó
también una dura represión poniendo en busca y captura a los responsables.
Los siguientes días fueron
devastadores: cientos de ciudadanos fueron encarcelados y fusilados sin juicio
previo, sospechosos de haber participado en el incendio. Connor se ocultó junto
a Stéphane en las cloacas de la ciudad. Desde el oscuro agujero fueron
reclutando una pequeña guerrilla de jóvenes que buscaban la libertad para su
pueblo.
Atacaban por sorpresa mediante
pequeñas escaramuzas a soldados de la
Corona y consiguieron liberar a muchos ciudadanos que habían
sido apresados. La liberación de la ciudad comenzaba a tomar color y el grupo
de los Hijos de la Libertad
decidió asestar un duro golpe: destruir el producto más importante para la
ciudad, el té.
Planeaban hundir todo el
cargamento del puerto de Boston en una madrugada de marzo. El grupo se dispuso
junto a las grandes fragatas del muelle norte. En medio de la silenciosa noche,
se escondieron en su oscuridad y fueron sigilosamente acabando uno a uno con
los desafortunados guardias al sonido de cuchillos deslizando.
Desgraciadamente, un avispado oficial se percató de su presencia y dio la
alarma comenzando la reyerta en el puerto.
Connor trató de hacerse paso
entre la pelea echando a uno lado y a otro a cualquier guardia que se le
cruzaba. Dejando tras sí una estela de sangre consiguió saltar al galeón
principal con toda la carga. En a cubierta tuvo que vérselas con rudos
guardias, siendo herido por disparos de mosquete. Consiguió abatir a todos, con
la imagen de su padre en la cabeza y sus palabras resonando.
El grupo se impuso a los soldados
y les hizo retroceder. Comenzaron a arrojar las grandes cajas de té al océano.
Terminada la labor, un chico entre el fulgor y la alegría colectiva de la
multitud gritó:
“¡Somos los Hijos de la Libertad , estamos unidos!
¡Seremos los Estados Unidos, una tierra libre!”
Corría 1773 y por primera vez en
la historia un grupo de nativos había conseguido a Inglaterra. Había nacido la
idea de la nación estadounidense. Gracias a Connor y su guerrilla, influida por
las ideas de su valeroso padre se había puesto la primera piedra para la
construcción de la nación más grande que el mundo iba a conocer: Estados
Unidos.
1º Bachillerato B Paula Torres Sánchez
EL
SECRETO PEOR GUARDADO
Mi madre leía de todo excepto libros. Anuncios de los
autobuses, la carta entera de los restaurantes, vallas publicitarias. Si no
tenía tapas le interesaba. Así, cuando encontró una carta en mi cajón que no
iba dirigida a ella la leyó.
Esta carta no era una carta, era más bien una reflexión.
Yo quería ser científica o cualquier otra cosa, pero siempre me había gustado
escribir; no cuentos ni novelas…no, a mi me gustaba escribir reflexiones, lo
malo es que son personales; y claro, eso implica que mi madre no las pueda leer.
Suelo tener mis reflexiones en un cajón en el pájaro del alma, y luego lo pongo
por escrito para desahogarme y lo guardo en un precioso cofre del que tan sólo
yo tengo la llave; y la llevo en una pulsera escondida, así que nadie jamás lo
abrirá. Pero esta vez cometí el error de escribir por la noche (lo cual no
acostumbro) y lo metí en el cajón de la mesilla. Aquella mañana se me olvidó
ponerlo con los demás…ahora me arrepiento.
Una buena frase que un día leí en un libro sirve
perfectamente para introducirlo: “todos tenemos un secreto encerrado bajo llave
en el ático del alma, este es el mío”.
<< REFLEXIÓN 113
Día 113, año
13, siglo XXI. Tal vez hoy no sepa de qué escribir, tal vez sólo tengo un día
malo, tal vez he tenido conversaciones que me preocupan hasta altas horas de la
noche, tal vez todo es mentira y es sólo una excusa para escribir.
Desde el
anonimato de mi persona me gustaría decir algo; voy a decir quién soy, y puesto
que esto es desde el anonimato, no sabrán si lo que digo es cierto o no. ¿Quién
soy? ¿Quién soy? ¿Quién soy? Qué buena pregunta…soy aquella que mira al suelo,
soy la que adora el silencio y odia tactos como el de servilletas o el del
terciopelo. Soy aquella que lleva vestidos con zapatillas que no van a juego y
aquella que adora otras épocas. Soy una persona a quien le gustan los
misterios, y alguien con sed de aventuras. Soy aquella que se sienta en una
esquina y soy el grito mudo que la gente escucha menos que al viento. Soy todos
los lugares en los que he estado, y los lugares que aún me quedan por visitar.
Soy 16 años de recuerdos y otros tantos de historias por contar.
Aunque ahora
importe quién soy, a mi me preocupa más el futuro, y eso me lleva a pensar el
qué seré en un futuro; quiero… quiero tantas cosas que no sé por dónde empezar.
Quiero ser
arquitecta, bombera, ingeniera electrónica industrial y automática; quiero ser
un beso inolvidable, su mismo recuerdo de aquella cuidad tan hermosa, quiero
ser más que aquella chica que desafía al mundo desde un cristal y sólo piensa en
la forma de mejorarlo. Quiero ser esa princesa de la boca de fresa que se
escape de su palacio de marfil y corra aventuras como las de un famoso hidalgo
de cuyo nombre no quisiera acordarme. Quiero ser mucho más de lo que se pueda expresar en una hoja con tinta de un
bolígrafo de marca Bic; pero sobretodo, como se dijo en la antigüedad, quisiera
ser Colona de mi propia alma. >>
1º Bachillerato D.P. G.
En mi primera
infancia mi padre me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de dame
vueltas a la cabeza. Quizá no fuese un consejo filosófico ni profundo, de esos
que tanto aparecen en los libros. Tampoco era bonito, y quizás ni siquiera
fuese expresado de la forma correcta, pero tenía lo más importante que ha de
tener un consejo: utilidad.
No soy un buen
narrador. Quizá debería contaros mi vida desde el principio. Quizá debería
hablaros de mi padre. O quizá debería limitarme a hablar sobre su consejo.
Hablaré un poco sobre mi familia, quizá así lleguéis a
comprender mejor su consejo. Seré claro y directo: somos gatos callejeros. No
tenemos país, ni ciudad, ni hogar, ni tan siquiera un territorio al que
considerar propio. Algunos os preguntaréis: ¿cómo es posible que un gato
piense, hable, escriba? Como estoy aquí para hablaros del consejo, obviaré la
respuesta a dicha pregunta.
Seguramente, con
lo que ya os he dicho habré resumido perfectamente mi vida. Los gatos sin
dueños en la gran ciudad tenemos una esperanza de vida muy corta: mi madre
murió al darme a luz, y mi padre me abandonó unos años más tarde. Pero me dejó
su consejo.
Debería ser más
concreto: ¿qué es para vosotros un consejo, humanos? Seguramente, una frase no
muy larga que te indique lo que has de hacer, una especie de conciencia en palabras.
Para mi es algo mucho más amplio. Y más útil.
Actualmente hago
lo que hacen todos los demás gatos: cazo, como, duermo, huyo de los
depredadores (muchas veces, vosotros), aúllo, me aseo, dejo descendencia… Pero
siempre siguiendo el consejo que me legó mi padre. Es lo que alienta mi llama.
¿Qué hago cuando
no encuentro refugio por la noche? Me acuerdo de su consejo. ¿Qué hago cuando
estoy demasiado hambriento para cazar? Me acuerdo de su consejo. ¿Qué hago
cuando no sé cómo continuar esta narración? Me acuerdo de su consejo.
A estas alturas,
muchos estaréis ya ansiosos por saber cuál era su consejo. Os confesaré que
cualquiera de vosotros podría darlo, porque no hacen falta palabras para ello;
tampoco es necesario pensar mucho. Y es que toda la vida de mi padre fue un
consejo para mí, el consejo más grande y útil de todos. Y ahora te pregunto,
humano, ¿tú tienes un consejo útil que dejar al mundo?
No soy un buen
narrador, pero creo saber cuando finalizar un texto.
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