lunes, 17 de junio de 2013

Concurso literario 2012

Aunque con un poco de retraso y pidiendo disculpas por ello, el colegio Sagrada Familia presenta los textos ganadores del concurso del día del libro 2012.
Felicitamos a los ganadores e invitamos a los alumnos a continuar con su entusiasmo y agradecemos su participación en este concurso.

CONCURSO LITERARIO 2013

El colegio Sagrada Familia presenta los textos ganadores del concurso del día del libro. 
Estos textos han sido valorados según su originalidad, su expresión y el vocabulario utlizado.
Damos la enhorabuena a los ganadores e invitamos a los alumnos no premiados a seguir intentándolo en años venideros.

1º ESO A Arturo Precioso Garcelán PRIMER PREMIO



En mi primera infancia mi padre me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de dame vueltas a la cabeza. Me dijo que las cosas buenas son las difíciles de conseguir, pero si te esfuerzas por algo simple tendrás también un buen sabor de boca al lograrlo.

Me lo contó mientras hacía unos problemas de matemáticas que no me salían, me cansé de ellos, y al formular aquella frase… Me harté aún más. No tenía ganas de pensar, y si lo intentaba, me quedaba bloqueado y me enfadaba muchísimo más. Mi padre decidió cambiar de frase: “Vísteme despacio que tengo prisa”. Le hice caso y me sirvió para enojarme todavía más. Así que decidí recurrir a una oración de mi arsenal: “Si algo no sabes hacer, Google te ayuda a poderlo resolver”. Y, cómo no, funcionó. Encontré la respuesta, la copié y terminé. Pero esta vez fue mi madre la que se puso poética: “Si ayuda te dan, la lógica te quitarán”. Lo medité y llegué a una conclusión… ¡Qué pesada estaba la gente con las rimitas de las narices! Pero, al fin y al cabo, seguro que algo de razón tendrían.

Llegó el temido día del examen, yo estaba tranquilo, me parecía que iba a ser fácil. Pero me equivoqué rotundamente. Había cinco problemas del estilo del que no había sabido resolver, y como no hallaba la respuesta, no los hice. Saqué un cuatro. Me di cuenta de que todos tenían razón con aquellas frases. Además, entendí que nunca hay que copiar nada, sino fijarse un poco como resolverlo y así conseguir aprenderlo.


Todos estos consejos los recuerdo con cariño.

1ºESO C Marta Román Cañete


UN GRAN TESORO

En mi primera infancia mi padre me dio un consejo, que, desde entonces no ha cesado de darme vueltas por la cabeza “no todos los tesoros son de oro”. Esa frase me hacía pensar cuál sería su significado.
A la mañana siguiente me desperté con ganas de aventuras puesto que era mi cumpleaños. Aquella mañana estaba todo el mundo en el salón para felicitarme: los abuelos Juan y Marisa; la tía María; y Mama y Papa. Cuando baje al salón todo el mundo me felicitaba, me dieron un regalo muy pequeño, en mi mente me imaginaba qué podría ser: un balón, un móvil, unos cascos……, pero al abrirlo me encontré con una bola de nieve de cristal con una niña muy acicalada y una muñeca. Fue entonces cuando mi padre soltó una de sus típicas frases “no todos los tesoros son de oro”. Me repetía la misma frase una y otra vez. Aquel regalo no me hacía mucha ilusión, pero no dije nada para no disgustarles.
Subí a mi habitación a vestirme para comer. Me gustaba mirar por la ventana todos los días de mi cumpleaños. Pero lo que vi aquella mañana no era bonito.
Había un niño en la puerta de enfrente con una cara de frío y con unos guantes y un gorro viejo y andrajoso en una caja que le habían regalado. Aquel niño tenía una cara de felicidad, como si le hubieran regalado mil euros.  El niño se los puso con mucha felicidad y emoción.
Miré mi regalo y lo compare con el suyo, miré mi casa y la comparé con la suya, mire mi cara y mire su cara. Aquel niño tenía muy pocas cosas y yo muchas. En ese momento me di cuenta de la frase de papá  el verdadero tesoro no era ni el oro ni los regalos, era la familia. Esas personas que te ayudan cuando te caes, que te quieren cuando te enfadas. Baje corriendo al salón para darle los mejores besos y abrazos.


1ºESO B Laura Lozano Ferrer


Memorias Mías

En mi primera infancia mi padre me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de darme vueltas por la cabeza. Decía: ``Ayuda al prójimo, trátalo como te gustaría que te tratasen a ti´´. Nunca lo entendía, bueno algo sí. Siempre antes de dormir lo recordaba en mi mente, ¿qué quería decir aquello? Podría estar diciéndome que ayude más en casa o que juegue más con mis hermanos, pero ninguna de estas razones me convencía. Un buen día me levanté con el sol en mi cara, andaba con los ojos medio abiertos, casi no veía. Me tome un vaso de leche, como siempre, dos tostadas y una galleta, me vestí y me fui al cole. Allí las horas se me hacían eternas, solo se oía la voz del profesor, hablando y hablando y hablando……De repente la campana suena ¡sí bien, el recreo! Llegó la hora de los juegos, como siempre jugando al fútbol. Siempre detrás de la pelota, intentando meter gol. Me fui un instante para abrocharme las zapatillas cuando vi a un niño llorar, en ese momento me quedé en blanco, mis amigos me gritaban para que fuera a jugar al fútbol, pero al ver aquel niño llorar me lancé hacia él para darle un abrazo. El niño no paraba de llorar, cuando intentaba hablar no se le entendía nada. Al momento de darle otro abrazo el niño me miró con sus ojos, que dejaron de estar tristes, se secó las lágrimas y me dijo con toda claridad:-`` Eres el único niño que ha venido a ayudarme sin importarle mi aspecto. Dicen que soy feo y un patoso´´. Yo al volver a ver esos ojos de niño inocente respondí:`` ¿Quién dice eso? Yo solo veo a un niño porque se siente discriminado y eso no debería ser así, que importa la opinión de los demás, la que importa es la tuya propia; ¿tú te sientes feo? Y él me respondió con toda seguridad:-``No´´. 

Entonces le ofrecí mi mano y dejo de llorar al sentirse seguro de sí mismo. Y en ese mismo instante es cuando me di cuenta del consejo que me dio mi padre:`` Ayuda al prójimo, trátalo como te gustaría que te tratasen a ti´´. Aquel sabio consejo que me dio mi padre me sirvió de gran ayuda, gracias a él tengo un nuevo amigo. Y es que este consejo me sirvió, me sirve y me servirá toda la vida y gracias a él tengo amigos por todo el mundo. Y ahora que lo pienso, si yo hubiera sido aquel niño discriminado por la gente por ser feo ¿me habría ayudado? Tal vez, pero lo importante es sentirse seguro de ti mismo y de poder levantarte en cada golpe como dice el dicho: ``La vida está llena de baches´´ Y en esa misma tarde, cuando me vino a recoger mi padre le dije:-`` Hoy he ayudado al prójimo ¿y tú papá? Y él con una sonrisa en la cara me respondió:-`` Pues claro hijo, eso se hace todos los días´´.

2ºESO B Irene Vera Yuste


                                                                  LA MORA

En mi primera infancia mi padre me dio un consejo que, desde entonces, no he cesado de darme vueltas por la cabeza. Ese consejo era: “Dedícate a lo que te guste y no hagas caso de lo que la gente, así conseguirás alcanzar tus sueños”. Le encantaba contarme historias relacionadas con sus consejos. Esta es mi favorita.

Hace mucho tiempo, al sur de España, en Cádiz hubo una mujer llamada Carmen. Era viuda y no podía tener hijos. Un día frío de invierno, precisamente en Nochebuena, Carmen terminó de remendar un chal para no tener frío en la misa del gallo. Antes de marcharse, cogió unos pocos panecillos que había hecho para los niños del orfanato. Llegó y llamó a la puerta, pero nadie contestaba, probablemente debido a que estarían rezando en la humilde capillita del interior. Dio media vuelta y antes de irse, se fijó en una cestita que había junto la puerta. Se acercó y vio que dentro había un bebé que no parecía español. El bebé tiritaba y lloraba. Como nadie más andaba por ahí (debido al frío que hacía) decidió llevarse a la niña a casa.
En casa de Carmen también hacía frío, pero encendió la lumbre y la casa se calentó. Machacó una patata, un rábano y un poco de pan (de lo único que disponía para cenar) y dio de comer a la niña sentada junto a la lumbre. Debía tener unos cinco meses.  Carmen pensó que sus padres serían moriscos expulsados por el rey, que no podían hacerse cargo de su hija. “Te llamaré Dalila Merced” pensó Carmen la llamó así porque casi todos los moriscos de Cádiz venían de Dhal-il y porque la encontró en el convento de Ntra. Sra. De la Merced. Entonces, sonrió y se durmió junto a su hija, dormida en su regazo.

Pasaron nueve años y Dalila se había convertido en una niña curiosa y llena de vida.
-Madre, voy a comprar unos puerros en el mercado. –Le dijo, monedas y cesta en mano.  
-Vale pero no tardes mucho y cómpralos en buen estado. –Le respondió, a pesar de que la niña no la oyó.
Nada más salir de casa, fue dando saltitos hacia el mercado y compró tres puerros. Se giró y  fijó su vista  en una pequeña casita de madera de la que se oían gritos y risas y después otra voz que mandaba callar y empezaba a hablar. Se asomó por el ventanuco y observó que eran niños sentados sobre taburetes y mesas de madera. Le pareció fascinante lo que Teodoro contaba (el primo de su madre) y fue corriendo a casa.
-¡Dalila, me has asustado! ¿Dónde has estado?
-Lo siento, madre. Estaba comprando los puerros –los sacó de la cesta y los puso sobre la mesa- y después vi a unos niños en la casita de madera que escuchaban hablar a Teodoro. ¿Puedo ir yo también? –pidió la niña haciendo pucheritos que sabía que no se podía resistir.
-Hija, yo soy costurera y no gano mucho. La escuela es cara, sobre todo con la crisis, pero tú tranquila que hablaré con Teodoro.

Carmen le contó a Teodoro lo que Dalila le había contado a ella. Teodoro le dijo por ser su prima solo le cobraría el material que la niña necesitaría.
Al día siguiente, Dalila fue al colegio. Al entrar en clase y presentarse, ni una mirada cálida, ni una sonrisa le dio la bienvenida. Todos los niños la miraban mal y le decían: “¡Morisca, vete de aquí!” Ella no sabía que un morisco, así que se limitó a ignorar esos comentarios y escuchó atentamente lo que Teodoro decía. En el recreo, también se metían con otro chico y Dalila decidió espantarlos para que le dejaran en paz.
-¿Estás bien? –Le preguntó Dalila ayudándole a levantarse. –Tranquilo, ya me voy.
-No te vayas. Me llamo Gonzalo ¿y tú?
-Dalila. Oye ¿no tienes almuerzo? –Se fijó ella.
-No, me lo han robado. Encima que hoy tenía hambre...
-Tranquilo, compartimos el mío. –Se sentaron en el suelo y empezaron a hablar.
-Oye, ¿no te importa ser amigo de, como ellos dicen, una morisca?
-Si a ti no te importa ser amiga de un ciego, pues no. –Dalila sonrió y supo que comenzó su primera amistad.

Todos los días almorzaban juntos, estudiaban juntos, jugaban juntos y forjaron una fuerte amistad.
Por otro lado, Dalila resultó ser una alumna brillante y, pese a ser mujer y morisca, Dalila entró en unas de las universidades más prestigiosas de España para estudiar medicina. A sus veinte años ingresó allí y acabó los estudios a los veintiocho años. Justo al acabar sus estudios, se casó con Gonzalo y tuvieron tres hijos.

Era una médica tan prestigiosa que su fama llegó a oídos del rey Felipe IV y la llamó para ser curado de gripe. Además de pagarle bien, le regalaron unas plantas aromáticas de su tierra, la lejana Arabia. Dalila descubrió que esas plantas tenían poderes medicinales y podían curar la ceguera. Logró curar a su marido y todos los ciegos de Cádiz. Lamentablemente, tuvo alzheimer muy joven y no se supo jamás cuál fue la cura.


Pero lo importante aquí, fue su empeño en hacer lo que le gustaba y se convirtió en la primera morisca médico de la historia, a la cuál la llamaban “La mora”.

2ºESO B Hendy Josué Serrano Ramírez




Querido diario:
Hoy ha sido otro de esos días en que no sabes que hacer. No sabes si debes llorar o sonreír para sentirte mejor contigo mismo. Otro de esos días en que no sabes si quieres estar solo o acompañado. Lo peor es el no saber por qué te sientes así. No saber si el hecho de que lo demás no noten como te sientes, te entristece mas aun.
Hoy he hablado con un amigo, y no sé ni cómo ni por qué empezamos a hablar de nosotros mismos. Me dijo que ese día estaba deprimido, a lo que le respondí que no se le notaba, pues aparentaba estar como siempre. Continuamos hablando de nosotros mismos durante un rato. Era como hablar conmigo mismo. Es curioso, las personas que aparentan algo suelen no serlo. Con el tiempo aprendes que nadie es quien es.
Cambiando de tema, hoy no he podido dejar de pensar en ella, es como un sueño inalcanzable, y como es típico en mi, sigo pensando que no tengo ninguna posibilidad. Es horrible pensar como yo, siempre me infravaloro y me preocupo demasiado por lo que piensan los demás sobre mi. Soy muy diferente  a los demás, no destaco en prácticamente nada y es casi imposible encontrar a alguien que comparta mis gustos y aficiones. Siempre me han dicho que soy inteligente, gracioso y demás cosas que no recuerdo ahora mismo, pero yo siempre digo que no es así. Además creo que soy una de las personas mas introvertidas y tímidas de todo mi entorno. También sé que tengo muy baja autoestima, pero el saberlo no hace que se solucione.
Me veo como una persona con coraza. Pero esta coraza se va desgastando con los golpes, dejando cada vez mas al descubierto a esta persona. Esa persona soy yo, la coraza es la “mascara” que suelo usar y los golpes son cada uno de estos días.

Suelo ver a las demás personas felices y perfectas. Y esto hace que me sienta peor conmigo mismo, pues yo no sé cómo estar así de feliz. Aunque he aprendido que de todos los humanos, nadie se muestra totalmente como es, o casi todos. Solo sé que nadie es quien es.

2ºESO A Carlos Yuste Torres


El naufragio del MAER
-Querido diario:

Llevamos casi una semana desde que el barco de lujo “MAER” sufrió un naufragio en circunstancias extrañas. Estábamos atravesando el océano Atlántico, cuando de repente pasamos un “portal” en el medio de este océano. Cuando habíamos cruzado el “portal” solo quedaba unos pocos metros para llegar al puerto, pero… ¡Había desaparecido! Y allí ocurrió, un enorme ser marino se dirigía hacia nosotros, parecía una ballena, pero era mucho más grande, rápido y fuerte. Cuando el ser colisionó, rompió el motor y nos arrastró hacia una gran roca que sobresalía en el mar y allí se quedó el barco. Algunos de los pasajeros murieron en el choque con la roca, otros se quedaron enganchados y atrapados en sus habitaciones y otros murieron cuando nadábamos hacia la orilla. En el momento en el que llegamos a la orilla éramos apenas doscientos pasajeros. Pero perdimos a cincuenta náufragos debido a las continuas hemorragias de sangre y a las infecciones de heridas de gran tamaño. Nos fuimos a refugiar a una cueva, ya que parecía que la especie humana de aquel lugar se había extinguido. Los ciento cincuenta supervivientes nos refugiamos en la inmensa cueva. Desde la cueva nos organizamos para intentar mantenernos con vida el máximo tiempo. 30 personas fuimos a la orilla a ver lo que la costa había traído. Mientras recogíamos los objetos que nos podían ser útiles, 20 personas se encargaban de hacer armas, 35, se encargaban de la salud de los demás, 24 personas se encargaban de buscar frutas en los árboles. El resto de personas eran niños y ancianos que habían llegado a la costa con los pocos botes salvavidas que habían quedado en buen estado. Cuando volvimos a la cueva vimos una sombra de algo que se movía muy rápido. El cuarto día, todos estábamos más alegres y menos desesperados que al principio. En el momento que el Sol estaba en lo alto del cielo, haciendo un ángulo de 90º con el mar mandamos una expedición  de reconocimiento a las afueras de la cueva, se fueron treinta y dos y volvieron siete. Los que volvieron, volvieron aterrorizados, nos contaron que los demás habían muerto a causa de… ¡dinosauros! A todos nos entró el pánico y empecé a plantearme que el “portal” que cruzamos era un “portal” al pasado. El quinto día se confirmó mi teoría de la vuelta al pasado, ya que vimos algunos dinosaurios de cuello largo, otros más pequeños pero veloces, y lo peor de todo, ¡vimos a un T-REX comiéndose a otro dinosaurio! Hoy en el sexto día seguimos intentando sobrevivir en aquella isla, con ayuda de  unos pocos dinosaurios a los que intentamos adiestrar.

3º ESO D Fernando Royán Juanes PRIMER PREMIO



                                                          Todo Es Competencia
Prólogo:                                                                                                                                                     Éste es el mito de la causa del mal en el mundo y por qué la Competición nos domina y nos controla.     Jeder macht eine kleine dummheit.
   Querido diario: hoy quería hablarte de la Competición. La Competición se esconde en montañas rocosas, pero siempre se deja ver. Ella creó con sus bonitas manos a Victoria y a Derrota.  Victoria era la grande, la fuerte, la reina de reinas. Derrota era el patito feo, la pequeña, la débil, una criada. Pero, querido diario, la Derrota abundaba más en las montañas,  se sumergía en lo más profundo de la tierra, la removía y escupía sus restos. Ay, Victoria, poderosa, siempre es tan bien recibida, abunda menos, pero su color es tan puro, tan puro, que mi cuerpo no ha conocido otra igual.
   Érase este caballero, fuerte en la espada, valeroso, valiente, cabalgaba un buen caballo. Salió en busca de Victoria, cual rey busca el poder sobre el vulgo., pero, el poder, sólo lo otorga el Señor.  Al cabalgar victorioso, el peso de ésta le hacía fuerte pero su debilidad crecía. Vio la belleza en la más pura Victoria a la cual conquistó fuertemente. Me gustaría saber cuál fue el motivo por el cual, ese astuto caballero, en armas grande, de tez proporcionada y cuerpo robusto, al cual mil amantes habían adorado, se encontró con Derrota, la dama negra, sucia, seductora cual rebanada de pan cuando se tiene hambre.  Su más puro deseo se convirtió en arena caída de la montaña, Victoria, su más fiel compañera le abandonó.
   Derrota entró , hirió sus entrañas, removió sus tripas, sacó todo y se quedó dentro de él, fija, parada. “¿Cómo puede el Señor permitir tal desdicha en mí, su fiel aliado? Victoria, regresa a mí, haré todo lo que pidas, te seré fiel, te santificaré”. Para entonces, el tiempo ya había consumido toda Victoria, la Derrota venció al caballero y se convirtió en un hombre desalmado, pordiosero y vacío. La rabia y la desesperación hicieron de él carne sin vida, dolor sin consuelo , murió loco y sólo, acompañado de la Derrota.
   Una vez, querido diario, hubo un encuentro entre las dos hijas de la poderosa madre Competición, esto fue lo que se dijeron:                                                                                                        VICTORIA: “Levanto ángeles al rozarlos, planto bosques con sólo mirar, la luna en mí brilla blanca y dubitativa de si de verdad la he permitido brillar, ojos con sangre me piden clemencia, hombres fuertes y guapos se arrodillan a mí, chupan mis pies, besan mis llagas y me piden todo, hacen el amor incandescentes. La lluvia me pregunta si caer o no caer para poder purificar la rabia de los hombres o si llevarse todo con ella, el viento, siempre sordo y cansado me mira con cara de insecto, arrastrándose por mis manos y me pide que le deje soplar, que le deje olvidar, que junto con el tiempo pueda actuar de matapenas. Cupido me pide que le ponga pañales nuevos y que le dé flechas, las flechas de la esperanza, de la desdicha, del recelo, de la vida. Esa soy yo, Victoria, y tú, hermana fea y consumida, derrochas vidas a montón, púdrete yo soy la única que puede SALVAR.”
   Derrota, muy enfadada, se dirigió a Victoria, lo hizo tal y como le salió del alma, alma negra y fría:                                                                                                                                                                  DERROTA: “Yo soy fea, maligna, todos me detestan, pero tengo la capacidad de entrar, penetrar como una espada y quedarme como un parásito, una sanguijuela. La sangre es mi aliada. Todo el mundo odia la sangre, cuando alguien la ve, le suele dar miedo, pero en el fondo es eso lo que le mantiene con vida. Yo, Derrota, soy como ella, me caso con las personas, en contra de su voluntad, nadie tiene que hacer nada para encontrarme, yo vivo en todos y cada uno de ellos. “Como la sangre, siempre de bodas”. No necesito que nadie me ame, me temen, me maldicen y yo disfruto con el dolor ajeno, pero, gracias a mí, para evitarme, la gente saca lo mejor de ella, se esfuerza en evitarme, lucha y combate, hiere sus uñas, arranca su piel  para no verse conmigo, la reina más poderosa y temida, Derrota”.
   Y así es como discutieron en su encuentro, así es como cada una luchó por ella misma. Para poner paz, llegó la madre Competición, entre flores, con lémures colocándole orquídeas en el pelo. Ratones vestidos de gala le quitan toda suciedad en sus dientes. Competición anda sobre cocodrilos por los más bellos ríos del Cáucaso. Llegó a sus hijas, y con voz rota por el peso de los años, al igual que los axones neuronales de un viejo; dijo a sus hijas que conquistaran el mundo. Las dos princesas vestidas de seda, estaban encantadas, sin saber lo que ello conllevaba. Dio una orden y vinieron trompetas calibrantes, sonidos fuertes, llenos de tensión, éstos condujeron a Victoria y Derrota al mundo llano, al mundo mortal. Para dominar a los hombres y conquistarlos hasta la locura.

Y, ASÍ,  QUERIDO DIARIO, SE CREÓ EL MAL.

3ºESO B Malena Lourdes Calogero de Caboteau


                                                                                                                    
Un Sueño

“Querido diario”, comienzo. He vivido una larga vida, arrepintiéndome y a la vez vanagloriándome de mis actos; no ha sido fácil conseguir mis metas y, tampoco,  ha sido fácil proponérmelas. Puede que este pequeño diario sea alguna vez leído, de la vida de una persona más que ha habitado este mundo, saboreando cada centímetro de esta vida como mejor haya podido; tomando decisiones correctas e incorrectas a la vez. También puede que no sea encontrado y leído nunca, quedando así en el olvido. Esta es una pequeña introducción que quería hacer a la persona que encuentre esto.
Mi vida nunca fue fácil. Cuando era pequeño, mi padre solía decirme “Las cosas no se regalan, debes estudiar para tener un buen futuro”. Pertenecía a una familia que no tenía problemas económicos. Al parecer, todo el mundo querría haber sido como yo, solamente por tener dinero, ya muchos me envidiaban, me tenían asco y se cuestionaban cosas como “¿Por qué tiene dinero, y nosotros no?”; esa simple pregunta les valía para acosarme en la clase, dejarme sólo, reírse de mí… Yo estaba indefenso. Era yo solo contra tantos, que no podía. Así que mi única salida era la resignación. Tenía muy claro que no iba a cambiar mi forma de ser por los demás para que me aceptaran. Prefería ante todo, estar solo, preguntándome, “¿Por qué yo?”
Era muy buen estudiante, de hecho, tenía el promedio más alto de la clase. Otra razón más para odiarme, pero a mí no me importaba.
El acoso era cada vez peor. Me esperaban al final de las clases para pegarme, insultarme y acosarme sin ningún vestigio de compasión, aunque lo que más odiaba era que alguien sintiera pena por mí. Era lo único que hacía que, después de cada golpe, y lleno de sangre, me levantara, aguantando así el dolor, por una parte, de mis heridas, y por otra, de sus burlas.
Toda mi infancia y adolescencia fue así. Era un infierno del que sabía que jamás podría salir. Me recordaba a Dante descendiendo hacia los Infiernos; un camino tedioso y difícil, donde, el protagonista, ve la barbarie humana, concentrada en el peor de los miedos del ser humano, el ardiente y terrible Infierno.
Me encantaba la Literatura; era la única forma de distracción que tenía en aquellos tiempos. Había leído desde Dante Alighieri hasta Kafka. Esto era más motivo para el acoso, pero no me importaba. Seguía haciendo lo que más me gustaba y con lo que más disfrutaba. Pensaba que la ignorancia del ser humano no tiene límites.
Mis padres tenían pensado un gran futuro para mí. Querían que fuera abogado, pero esa carrera a mí no me gustaba. Quería hacer algo que me gustara realmente, que era la Literatura. Me encantaría haber sido Filólogo; pero ya terminado el secundario, mis padres deciden cambiarme de colegio; era un internado, por el que mis padres pagaban al mes una inmensa cantidad de dinero. Pensé que podría ser mi liberación de aquel Infierno.
Cuando llegué, todo era nuevo para mí. No conocía a nadie, estaba otra vez sólo, sensación que había experimentado desde que iba al colegio, por lo tanto, no me parecía extraño.
Mis compañeros de habitación tenían muy buenos promedios, y charlaban entre ellos hasta que se percatan de mi presencia. Me hablaban, algo insólito para mí. Fue la mejor época de mi vida; pude por una vez tener “amigos”, sentirme bien.
Terminé los dos años. Entonces, hice la carrera que tanto anisaban mis padres. A partir de este momento, mi vida fue una más. Destaqué como abogado. Conocí a una mujer, de la que me enamoré y tuvimos dos hijos; pero nunca realicé mi sueño.

Ahora escribo desde el hospital, sintiendo como mi aliento, mi tacto, mis pensamientos, se desvanecen lentamente, sintiendo el frío abrazo de la muerte; sólo y sin nadie a mi lado…

3ºESO C Gema Mª Camino Bravo



  En mi primera infancia, mi padre me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de darme vueltas por la cabeza. Aunque, más que un consejo, sonaba como una advertencia. “No abras nunca ese baúl”, decía, “la curiosidad nunca es buena”. Se refería a una pequeña cajita que se encontraba en la buhardilla de nuestra casa. No sé muy bien por qué, pero jamás dejo de pensar en él. Nunca he entendido qué puede haber en esa caja que no puedo abrir. Quizás más que el consejo en sí, lo que me ha dejado huella ha sido la muerte de mi padre, poco tiempo después de que me diera aquel consejo. Supongo que, aunque no tenga sentido, siempre lo he relacionado. Pero, aún sin saber que es lo que contiene el baúl, no se me ha pasado nunca por la cabeza abrirlo.
Hoy es viernes, y acabo de llegar a casa de la universidad. Estoy preparándome para salir, voy a celebrar con mis compañeros que hemos terminado los exámenes. Mi madre, como de costumbre, está trabajando. Lleva sumergida en él desde que mi padre falleció.
Tengo que ponerme pendientes, pero, maldita sea, no los encuentro. Entonces recuerdo que tengo unos arriba, así que subo rápidamente. Llegaré tarde si no me doy prisa. No recuerdo muy bien dónde estaban, pero estoy segura de que es por aquí. Empiezo a rebuscar en los cajones de la cómoda, sin encontrar nada. Cada vez me desespero más, y voy tirando cosas a mi paso. Nunca llegaré si no encuentro esos malditos pendientes.
Voy recorriendo la habitación, sin encontrar nada. Tendré que irme sin ellos. Me doy la vuelta y tiro algo al girarme. Suspiro y miro a mis pies. La boca se me entreabre involuntariamente, por la sorpresa. Es ese pequeño baúl. Me agacho para recogerlo, sin saber muy bien de dónde ha salido. Juraría que estaba guardado en un armario desde hace años. Para mi asombro, nada más tocarlo se abre. Parece que la cerradura se ha roto al caer. Me dirijo a depositarlo nuevamente en su sitio, pero siento la necesidad de abrirlo. “Qué más da”, me digo, “si probablemente sea una tontería. Un regalo de cumpleaños, tal vez”. Me siento en una silla y miro el contenido. No, no es un regalo. Son un montón de hojas. Hojas de aspecto antiguo, muy antiguo. Están incluso amarillentas. Las saco con cuidado. Es un buen taco de folios -más grande que un libro de Ken Follet. La letra es muy pequeña. No la reconozco, no sé quién puede haberla escrito. Veo que es algo parecido a una carta gigantesca. Empieza diciendo: “Estimado señor Caín, me dirijo a usted como acordamos hace años...” ¿Señor Caín? Una carta dirigida a mi padre. Paso las hojas rápidamente. No hay fechas, ni más saludos. Todo fue escrito el mismo día. ¿Quién escribiría una carta tan larga?
Sacudo la cabeza. No debería estar haciendo esto. Además, voy a llegar tarde. Asiento para mí misma y dejo las hojas dentro de la cajita, en el suelo. Ya lo guardaré más tarde. Me miro al espejo y me peino. Bajo deprisa, cogiendo las llaves a toda velocidad. Tengo el coche aparcado en la puerta. Lo abro, y enciendo la radio. Necesito relajarme un poco, siempre pienso demasiado. Me parece un sonido de hojas. Me giro, pensando en que tengo una obsesión con los apuntes. Y entonces la veo, sobre el asiento trasero. Una hoja amarillenta, de aspecto antiguo y escrita con una letra diminuta. La cojo. Parece que es la última hoja de la carta. ¿Cómo ha llegado hasta aquí? Sí, es la despedida. Mejor la dejo. Espera. Aquí hay algo raro. Leo: “ Por todo esto, iré a verle el 17 de enero a las diez de la noche. Tenemos que acabar con ésto”. El 17 de enero. El día de la muerte de mi padre. Pero hay algo que no entiendo. A las diez, él estaba en casa. Recuerdo perfectamente el día de su muerte. Se me quedó grabado con todo detalle -incluso puedo decir sin dudar qué comí. No parecía tener prisa por ir a ningún sitio. Es más, estaba muy tranquilo, incluso más de lo normal. Las diez de la noche. Algo me resulta raro en la hora... Yo era una niña, por lo que me acostaba pronto. Mi madre me levantó, llorando, para comunicarme que había muerto. La hora... ¿Cuál es el problema con la hora?  Ya lo tengo. Lo recuerdo como si lo estuviera reviviendo de nuevo. Nuestro reloj de cuco había sonado justo antes de que me levantara, como si todo estuviera medido. Sonó diez veces. Y nuestro reloj siempre iba diez minutos atrasados, nunca daba la hora bien, cosa que ponía histérica a mi madre.
Todavía quedan un par de líneas escritas con esa elegante y pequeña letra: “Y volveré. Pero no para verte a ti. Será para ver a tu hija, dentro de veinte años. El 18 de abril. El motivo es que leerá esto. Nadie puede enterarse de todo ésto. No pienses en quemar las hojas, no podrás. Quise asegurarme de que no se destruirían antes de llegar a tus manos. En cualquier caso, intenta advertirla, si lo deseas”.

Se me ponen los pelos de punta. Hoy es 18 de abril. Y, Dios mío, han pasado veinte años exactos desde la muerte de mi padre. Caigo en la inconsciencia antes de poder pensar nada más. No sé si para siempre o sólo por unas horas.

3ºESO D Miguel García González


En mi primera infancia mi padre me dio un consejo que desde entonces no ha cesado de dame vueltas por la cabeza, pero eso fue hace mucho tiempo,  me sitúo en el invierno más frio que jamás viví, pienso que fue el más frío por la situación que vivió. Hacía ya un año que enfermó, los médicos y mis familiares me decían que iba a salir adelante pero el tiempo pasaba y no mejoraba, llevaba un año ya sin padre porque ya no bajaba con él a jugar, a dar un paseo ni siquiera a echarme unas risas con él. Llevaba un año en la cama, iba perdiendo pelo hasta quedarse prácticamente calvo, pasaba todos los días y a todas horas por su habitación, él me sonreía y solo era capaz de decirme “te quiero”  todos los días salía del cole con una sonrisa en la cara porque sabía que le iba a ver y me iba a dar un beso de los que siempre me hacían reir  y ahora añoro. Con el tiempo nos dijeron que no podía estar en casa debido a su estado y ya no le iban a dar más medicamentos, era duro asumirlo pero así lo exigía la situación, pero yo seguía con esa sonrisa porque seguía yendo a vele y me sentaba con él  a su lado y le daba la mano y  me la acariciaba, me pasaba en el hospital todas las tardes que podía. Él sólo dormía, de vez en cuando, cuando tenía fuerzas abría los ojos, me preguntaba cualquier cosa y me dedicaba una sonrisa luego volvía a dormirse, pero el tiempo seguía pasando y cada vez quedaba menos para su final. Hasta que una noche fui a verle y a vi a madre llorar y a los médicos y familiares la consolaban, entré en la habitación y allí estaba él, esperándome para decirme el último adiós, me senté junto a él y me dio el mejor consejo de mi vida, primero me dijo que yo ahora era el hombre de la familia, que tenía que cuidar a mi mamá y a mi hermano, que estudiara y que fuera buena persona, pero lo último que me dijo fue, “lo más bonito en éste mundo es ayudar, dedicarse y dar la vida por los demás, porque ellos la darían por ti y ayudando a los demás, te hará ser la persona más feliz del mundo, porque no hay nada mejor que dar la vida por los demás”. Eran palabras que me dejaron sin aliento, sin saber que decir.
Después de funeral, del papeleo, del sufrimiento, esa frase me abrió los ojos y me hizo cambiar, esa situación me hizo descubrir mi vocación, ayudar a los demás. Empecé a estudiar y a dedicarle más tiempo al estudio, de ahí salieron frutos que florecieron en buenas notas, tenía clara mi misión en  ésta vida y le daba gracias a Dios por ello. Con esas notas conseguí entrar en la Facultad de Medicina, seis años de carrera y dos de especialización. Pero lo más importante que había que saber para ser un buen médico, te lo ensañaba la vida. Cada día ayudaba a la gente y eso me hacía sentir grande, pero para lo que yo quería saber, aún no había cura.
Me rodeé de los mejores médicos y biólogos que conocía, realizamos juntos numerosos avances para la cura de ésta enfermedad, incluso descubrimos curas y remedios para otras enfermedades sin resolver, pero nuestra prioridad no se cumplía.

Cuando cumplí los cuarenta y cinco años empecé a padecer la misma enfermedad que tantos años atrás, acabó con mi padre y en ese momento me di cuenta que era la oportunidad de mi vida para encontrar la cura, me hicieron muchas pruebas mis amigos médicos y biólogos, experimentaron conmigo, yo sacaba fuerzas de flaqueza para ayudarles, paso a paso fuimos encontrando la solución, pero yo cada día me encontraba peor, pero mi hijo me venía a ver todos los días y cada día aguantaba menos y me dormía, me trasladaron al hospital y allí, sacando fuerzas de donde no había hallé la cura contra mi enfermedad y la de mi padre, pero para mi ya era tarde, yo ya estaba en las últimas , pero conseguí la meta de mi vida, el mejor premio de todos. Cuando ya iba a fallecer, vino mi hijo y me recordó a mi hacía tantos años y le dije mi consejo, “hijo toda mi vida me he dedicado a la cura de ésta enfermedad, al fin lo conseguí, pero lo que no he hecho ha sido disfrutarla al máximo, y o sólo te pido eso, que la disfrutes y que ayudes a los demás, que tu padre siempre estará orgulloso de ti, como está el abuelo de mi, te quiero”.

4ºESO C Alberto Maqueda Canoyra PRIMER PREMIO


BOHEMIAN RHAPSODY

En mi primera infancia mi padre me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de darme vueltas por la cabeza, dada la impresión que me causó.
Cuando eres niño cualquier cosa que te digan los mayores la guardas para ti y la recuerdas para toda la vida. Quizá debiera empezar este relato por aquel magnífico consejo, pero me lo callaré de momento. De momento…
Desde siempre me atraían las estupendas colecciones de discos que tenía mi tío en su salón. Desde muy pequeño quise yo también poseer música, como él. La colección de mi tío era enormemente variada, desde artistas como Mozart o Beethoven, pasando por el silencio de John Cage, a Beatles, Rolling Stones o Queen. O grupos más modernos, como Radiohead. Siempre que iba a su casa sonaba algún disco de aquellos magníficos artistas. Toda mi vida yo había sido un muchacho tímido, y de mi boca nunca salieron más de dos frases seguidas. Pero me encantaba aquella gran colección de arte que tenía mi tío…
Jamás, hasta aquel día, manifesté mi admiración por esos músicos. Hasta entonces nunca nadie supo algo sobre mí que no fuese mi continuo silencio. Pero esa colección…
Cuando mi tío introducía, por ejemplo, Rubber Soul en su tocadiscos, se aislaba del resto de mi pesada familia, se tumbaba en el sofá y miraba a cualquier lado. A veces cerraba los ojos, otras no. Entonces yo me escondía tras un sillón, tímido de mí, y escuchaba también esas obras de arte. Como he dicho anteriormente, nadie sabía que yo amaba aquella música. Por supuesto mi tío no era una excepción. Hasta aquel día… Todo cambió aquel día. Aquel día, al seguir en silencio a mi tío al salón, estuve más lento que de costumbre, y mi padre me sorprendió en el momento exacto en el que me ocultaba tras el sillón.
-¿Por qué te escondes tras ese sofá?
Podría haberle dicho mil cosas, podría no haberle dicho nada, algo que habría sido habitual en mí. Pero lo hice. Mientras le contaba, mi padre escuchaba atentamente.
-Amo la música. Amo cada instante en esa habitación con el tío.
Tras mi explicación se quedó en silencio, sin pronunciar palabra. Probablemente se quedó demasiado sorprendido como para hablar.
Desde siempre me habían dicho, para criticarme y supongo que para hacerme cambiar, que yo era exactamente igual que mi tío, si bien nunca lo consiguieron.
En esto mi padre le contó a mi tío mi afición. Cuando se enteró se alegró mucho de ver que no era el único de la familia en apreciar lo que él llamaba obras de arte.
Aquella tarde tuve dos intensas charlas, que no broncas, a diferencia de lo que había sido mi vida hasta aquel día. La primera de ellas fue con mi tío. Desde aquella tarde lamenté enormemente cada segundo de mi vida que había estado escondido tras ese sillón, y no había hablado con mi tío de nuestra afición. Esa conversación debió durar varias horas, según me dijeron luego, aunque a mí se me pasó volando. Con él hablé de todo un poco, y me hizo un regalo muy especial: A Night At The Opera, de la banda inglesa Queen.
La segunda charla fue con mi padre. Nunca me habría imaginado que mi padre, ese hombre aparentemente refunfuñón y con un carácter muy cambiante, pudiese entablar una conversación conmigo. Esa tarde me dio el consejo más importante y brillante que me han dado en la vida:
-Hijo, escucha esto que voy a decirte: Siempre que tengas algo que decir, simplemente dilo. No esperes tanto para decirlo como has hecho hoy, porque cuando quieras hacerlo el sol se habrá ocultado y será demasiado tarde. Pero tampoco te precipites en tus actos, pues quizás todavía no haya amanecido y será demasiado pronto.
Ahora soy escritor, y cada vez que alguna idea se me viene a la cabeza la escribo, y creo que la gente que compra mis libros lo agradece. Durante toda mi vida he tenido muy presente ese consejo, sin el cual difícilmente sería lo que ahora soy.
Ahora, al igual que mi tío, tengo mi propia gran colección de música, a la que he añadido influencias personales, como el jazz. Adoro la forma que tiene Miles Davis de tocar la trompeta, y me encanta la música de Chet Baker. Aún conservo A Night At the Opera, el primer disco que tuve gracias a mi tío, que fue el primero de mi ahora extensa colección.

En este momento me dispongo a escribir un nuevo libro, y como hace tiempo que no escucho Exile On Main Street, lo voy a escuchar. Mi tío siempre decía que un poco de Stones nunca venía mal. Me encanta lo que hago, pero como dije antes todo se lo debo al consejo de mi padre. Menos mal que hablé a tiempo… 

4ºESO D Laura Menéndez Agujetas


Querido Diario:
Hoy hace seis meses desde que ella se fue. Hoy hace seis meses del día en que me separé de ella para siempre, y desde que la vi por última vez.
Cada día me pregunto por qué siempre se van las mejores personas, y las que más ganas tienen de vivir, cuando hay gente que se destroza la vida día a día o se la quita. Creo que por esa razón Dios y yo nunca nos hemos entendido, porque no entiendo que llevarse al cielo a una persona que acaba de cumplir cuarenta y dos sea la mejor decisión.
Aún me acuerdo de su olor. Todo olía a su colonia con solo estar ella presente en una habitación. Y su pelo, recuerdo lo que le gustaba que la peinara por las noches, antes de acostarse.
Recuerdo la de noches de tormenta que he pasado acurrucada a ella en su cama. Recuerdo que con ella no sentía frío, ni miedo.  Recuerdo que solía decirme que yo era lo que más quería. Que me hacía cosquillas cuando estaba triste y que siempre conseguía hacer que acabara riéndome a carcajadas.
Y entre tantos recuerdos, no queda ni uno malo.
Yo soy de las personas que piensan que como de verdad se supera la muerte de un ser querido es hablando de él, reviviendo todos los momentos que has pasado junto a esa persona, y pensando que esté donde esté, te sigue viendo y queriendo igual o más.
Soy consciente de que nada volverá a ser como antes. Nadie volverá a mirarme como ella, ni a sonreírme como ella. Ni a arroparme por las noches como ella…
Ojalá pudiera volver a verla, aunque fuera solo para abrazarla y decirle que estamos todos muy bien. Que papá ya no llora, que Lucía ya no usa chupete ni pañal, y que su primera palabra fue ‘mamá’. Que yo ya sé hacer el pino y que he sacado cuatro sobresalientes.
Me gustaría que supiera que ahora cuido yo de ellos como ella solía hacer, y que espero que cuando sea mayor, pueda ser como ella.

Hoy hace seis meses desde que mi madre se fue al cielo. Pero aunque no la vea físicamente, sé que ella está conmigo.

4ºESO D CADELA NAVARRO

En mi primera infancia mi padre me dio un consejo que desde entonces no ha  cesado de darme vueltas por la cabeza… “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”. Un simple consejo que te acompaña en cualquier circunstancia de la vida. Una pena haberme dado cuenta de su valor demasiado tarde. Son ya tantas oportunidades perdidas que prefiero no mirar atrás y centrarme en futuras oportunidades, como la de mañana. Mi primera audición en ni más ni menos que en la prestigiosa escuela de ballet de New York City. No son suficientes mis nervios como para que encima Lauren llegue tarde a recogerme al aeropuerto. Una inmensa  y moderna ciudad se levanta ante mis ojos… no puedo evitar sentirme pequeña, minúscula… ¡microscópica ante tanta belleza!    Hace mucho sol y como no, ya quiero empezar a coger color… falta me hace. Mi piel es blanca como la leche y mis ojos marrones como la miel. Unos labios finos pero rojizos dan color a mi rostro. Todo esto está acompañado de una larga melena rubia ondulada que, sin duda alguna, es mi bien mas preciado.  Todo lo contrario a Lauren, mi mejor amiga, una chica alta, morena de piel y de cabello, con unos grandes labios y unos ojos color verde esmeralda.  Se está retrasando mucho, será mejor que…
-¡CARMEN!-                         
-Lauren… ¡Por fin!, llevo esperándote más de media hora.-
-Venga déjate de quejas, sube a la moto que llegamos tarde a la reunión.-
Se nota que viene a toda prisa. Tartamudea y su voz fina parece entrecortarse del cansancio. Sin más quejas le hago caso y subo a una vespa rosa, mi color favorito, colocada enfrente de la puerta de la estación.  La brisa de la gran ciudad despeina mi melena mientras Lauren, concentrada en la calzada, me lleva a su casa. Habíamos quedado con todos allí, menos mal que nos habían cogido a la mayoría para la audición, porque si no mis nervios se dispararían.
Mientras estaba evadida en mis pensamientos Lauren y yo recorríamos New York de un extremo a otro.  Un viaje en moto por aquella ciudad se pasaba rápido. En un abrir y cerrar de ojos estábamos en el portal. Lauren era la única que, estando en su propia ciudad, no había intentado buscar trabajo en un sitio donde pudiese aplicar todo lo aprendido en sus 18 años en la escuela de danza de Madrid. Siempre decía que habría tiempo de buscar un trabajo que le gustase, pero que por ahora pagar el alquiler era lo único que le preocupaba. .. Ya con sus 28 años Lauren se sentía atada y sin ganas de disfrutar de la vida. Justo entonces, mientras intentaba convencerla de que buscase un buen trabajo, pasamos por un gran PUB llamado Burlesque.
-Lauren, este es tu trabajo, lo sé… ¡entra!-
-Ya iré mañana Carmen,  hoy no tengo ganas…-
-“No dejes  para mañana lo que puedas hacer hoy”-
De nuevo un pequeño consejo me acompañaba en una situación indecisa de mi vida. Las puertas del  PUB Burlesque se abrían ante nosotras. Un gran cambio nos esperaba, lo presentía…                                                                                                                                      


1º Bachillerato B Marina Cañizares PRIMER PREMIO

¿POR QUÉ ESCRIBO?

En mi primera infancia mi padre me dio un consejo, que, desde entonces, no ha cesado de darme vueltas por la cabeza. Él no era ese tipo de tío honesto, y tampoco puedo negar que tuviera un puntillo de fanfarrón y mujeriego, pero al final, cuando se fue, sus consejos y varias deudas no saldadas fueron el único testimonio de que alguna vez pasó por aquí. Y tal vez yo, que, nutrido con sus enseñanzas y curtido por nuestros largos paseos, estaba aún con vida para poder otorgar el valor de su sabiduría a la siguiente generación.

No obstante, entre todas sus enseñanzas sobresalía una. Tal vez aquel consejo que me dio no me habría cambiado la vida si hubieran cambiado las circunstancias de aquella noche. De aquel momento en el que le vi aparecer en el umbral de la puerta, empapado y con una oscura mirada ebria, desenfocada. Por su pelo negro escurrían gotas de lluvia, y por sus finos labios entreabiertos lo hacían doradas gotas de alcohol.

Se derrumbó enfrente de un niño de ocho todavía, que miraba con ojos aterrados la penosa escena. Mi imaginación infantil no daba abasto imaginando macabras escenas de peligros y fugitivos, presidiarios y borrachos. Fue entonces cuando él me agarró del cuello del pijama y me susurró al oído las palabras que serían la chispa para encender una llama que aún hoy no se ha apagado.

Años después, mi imaginación floreció y ha seguido germinando logrando dar frutos maduros que a la gente le gusta catar. Soy escritor. Escribo sobre las miserias de los hombres, y la esperanza que nunca muere. Y escribo según lo que me aconsejó mi padre: ama sin ser amado, perdona sin ser perdonado. Vive como si fueras a morir  mañana, pero aprende como si fueras a vivir para siempre.


                                   Para vosotros, Hugo. Víctor Hugo

1ºBachillerato A Jaime Murúa Rodríguez-Bobada

“En mi primera infancia mi padre me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de darme vueltas por la cabeza”-fue lo que pensó Connor Kenway antes de cruzar la puerta de la muralla de Boston. Nuestro protagonista, un mestizo norteamericano, retornaba a la ciudad en la que había vivido hasta los ocho años, cuando aconteció el fatídico suceso que puso fin a la vida de su padre, el capitán Haythan Kenway.

La tierra americana, ocupada siglos atrás por los primeros colonos ingleses vivía sometida por el puño de la Corona Británica, que con sus ejércitos explotaba la zona y restringía los derechos de los nativos, marginados socialmente y con escasas libertades.

Connor, hijo de padre inglés y madre india había visto como años atrás su padre había sido procesado por desobediencia civil a la Corona siendo el impulsor de las jornadas y huelgas en Boston que buscaban conseguir que el pueblo participara en la política y tuviera libertad comercial en el Océano Atlántico. Antes los ojos de su hijo, su padre había sido colgado frente al ayuntamiento de la ciudad y Connor había huido del peligro a los bosques, donde se crió en el seno de la tribu de su madre.

En una zona libre del brazo inglés, Connor creció y se educó como un guerrero del bosque, aprendiendo a cazar, moverse con sigilo, escalar por los árboles y manejar el hacha y el arco. Todo ello bañado por un mensaje de culto a la naturaleza que su madre le enseñó y unas palabras que su padre le dijo antes de morir:

“La libertad y la felicidad de nuestro pueblo es por lo que debemos luchas. Si trabajamos todos juntos, algún día esta tierra será libre”.

Desde entonces Connor pasó años de su adolescencia entrenándose y preparándose para proseguir la labor de su padre, para rebelarse contra el yugo inglés. Estos recuerdos le vinieron a la mente a nuestro héroe cuando entró en el lugar que le vio nacer. Encapuchado y perfectamente armado para el combate, atravesó las calles adoquinadas de a ciudad con un objetivo: encontrar a los miembros del antiguo movimiento al que su padre perteneció, los Hijos de la Libertad. Mientras transitaba por los abarrotados muelles, donde circulaban miles de marineros cargando y descargando barcos mercantes provenientes de las rutas europeas, se formó junto a él un corrillo de personas entre las cuales destacaba un hombre barbudo ataviado con ropajes de marinero quien decía:

“Basta ya de injusticias, rebelémonos contra ellos. Si no nos dejan comerciar, ¡nadie en esta ciudad lo hará! ¡Destruyamos sus mercancías inglesas!”

Mientras se dirigían hacia el almacén del puerto, un grupo de casacas rojas arremetió contra los manifestantes, abriendo fuego con sus mosquetes. Connor contempló la injusticia de cómo hombres armados atacaban a personas desarmadas. Entre la marabunta emergió con su hacha para disolver la pelea y acertó con su afilada hoja a los cuellos y tripas de los soldados ingleses que fueron cayendo uno a uno ante una figura rápida como el viento que aparecía de  la nada para soltar la estocada final.

Disuelta la rencilla, los manifestantes arroparon a su salvador:

“Únete a nosotros, nos has salvado la vida. Ya has visto cómo son estos desalmados perros ingleses; síguenos y liberaremos la zona. Me llamo Stéphane”.

“Yo me llamo Connor y no pararé hasta liberar esta tierra. Vamos a destruir esas mercancías, ¡por la libertad!”

El grupo derribó la puerta del almacén del muelle y prendió fuego a todas las provisiones inglesas, enviando un mensaje de esperanza al pueblo. El gobernador lo interpretó como un desafío y decretó la prohibición de que los nativos pudieran ostentar negocios. Aplicó también una dura represión poniendo en busca y captura a los responsables.

Los siguientes días fueron devastadores: cientos de ciudadanos fueron encarcelados y fusilados sin juicio previo, sospechosos de haber participado en el incendio. Connor se ocultó junto a Stéphane en las cloacas de la ciudad. Desde el oscuro agujero fueron reclutando una pequeña guerrilla de jóvenes que buscaban la libertad para su pueblo.
Atacaban por sorpresa mediante pequeñas escaramuzas a soldados de la Corona y consiguieron liberar a muchos ciudadanos que habían sido apresados. La liberación de la ciudad comenzaba a tomar color y el grupo de los Hijos de la Libertad decidió asestar un duro golpe: destruir el producto más importante para la ciudad, el té.

Planeaban hundir todo el cargamento del puerto de Boston en una madrugada de marzo. El grupo se dispuso junto a las grandes fragatas del muelle norte. En medio de la silenciosa noche, se escondieron en su oscuridad y fueron sigilosamente acabando uno a uno con los desafortunados guardias al sonido de cuchillos deslizando. Desgraciadamente, un avispado oficial se percató de su presencia y dio la alarma comenzando la reyerta en el puerto.

Connor trató de hacerse paso entre la pelea echando a uno lado y a otro a cualquier guardia que se le cruzaba. Dejando tras sí una estela de sangre consiguió saltar al galeón principal con toda la carga. En a cubierta tuvo que vérselas con rudos guardias, siendo herido por disparos de mosquete. Consiguió abatir a todos, con la imagen de su padre en la cabeza y sus palabras resonando.

El grupo se impuso a los soldados y les hizo retroceder. Comenzaron a arrojar las grandes cajas de té al océano. Terminada la labor, un chico entre el fulgor y la alegría colectiva de la multitud gritó:

“¡Somos los Hijos de la Libertad, estamos unidos! ¡Seremos los Estados Unidos, una tierra libre!”


Corría 1773 y por primera vez en la historia un grupo de nativos había conseguido a Inglaterra. Había nacido la idea de la nación estadounidense. Gracias a Connor y su guerrilla, influida por las ideas de su valeroso padre se había puesto la primera piedra para la construcción de la nación más grande que el mundo iba a conocer: Estados Unidos.

1º Bachillerato B Paula Torres Sánchez

EL SECRETO PEOR GUARDADO
Mi madre leía de todo excepto libros. Anuncios de los autobuses, la carta entera de los restaurantes, vallas publicitarias. Si no tenía tapas le interesaba. Así, cuando encontró una carta en mi cajón que no iba dirigida a ella la leyó. 
Esta carta no era una carta, era más bien una reflexión. Yo quería ser científica o cualquier otra cosa, pero siempre me había gustado escribir; no cuentos ni novelas…no, a mi me gustaba escribir reflexiones, lo malo es que son personales; y claro, eso implica que mi madre no las pueda leer. Suelo tener mis reflexiones en un cajón en el pájaro del alma, y luego lo pongo por escrito para desahogarme y lo guardo en un precioso cofre del que tan sólo yo tengo la llave; y la llevo en una pulsera escondida, así que nadie jamás lo abrirá. Pero esta vez cometí el error de escribir por la noche (lo cual no acostumbro) y lo metí en el cajón de la mesilla. Aquella mañana se me olvidó ponerlo con los demás…ahora me arrepiento.
Una buena frase que un día leí en un libro sirve perfectamente para introducirlo: “todos tenemos un secreto encerrado bajo llave en el ático del alma, este es el mío”.

<<  REFLEXIÓN 113
Día 113, año 13, siglo XXI. Tal vez hoy no sepa de qué escribir, tal vez sólo tengo un día malo, tal vez he tenido conversaciones que me preocupan hasta altas horas de la noche, tal vez todo es mentira y es sólo una excusa para escribir.
Desde el anonimato de mi persona me gustaría decir algo; voy a decir quién soy, y puesto que esto es desde el anonimato, no sabrán si lo que digo es cierto o no. ¿Quién soy? ¿Quién soy? ¿Quién soy? Qué buena pregunta…soy aquella que mira al suelo, soy la que adora el silencio y odia tactos como el de servilletas o el del terciopelo. Soy aquella que lleva vestidos con zapatillas que no van a juego y aquella que adora otras épocas. Soy una persona a quien le gustan los misterios, y alguien con sed de aventuras. Soy aquella que se sienta en una esquina y soy el grito mudo que la gente escucha menos que al viento. Soy todos los lugares en los que he estado, y los lugares que aún me quedan por visitar. Soy 16 años de recuerdos y otros tantos de historias por contar.
Aunque ahora importe quién soy, a mi me preocupa más el futuro, y eso me lleva a pensar el qué seré en un futuro; quiero… quiero tantas cosas que no sé por dónde empezar.

Quiero ser arquitecta, bombera, ingeniera electrónica industrial y automática; quiero ser un beso inolvidable, su mismo recuerdo de aquella cuidad tan hermosa, quiero ser más que aquella chica que desafía al mundo desde un cristal y sólo piensa en la forma de mejorarlo. Quiero ser esa princesa de la boca de fresa que se escape de su palacio de marfil y corra aventuras como las de un famoso hidalgo de cuyo nombre no quisiera acordarme. Quiero ser mucho más de lo que se pueda  expresar en una hoja con tinta de un bolígrafo de marca Bic; pero sobretodo, como se dijo en la antigüedad, quisiera ser Colona de mi propia alma. >>

1º Bachillerato D.P. G.

En mi primera infancia mi padre me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de dame vueltas a la cabeza. Quizá no fuese un consejo filosófico ni profundo, de esos que tanto aparecen en los libros. Tampoco era bonito, y quizás ni siquiera fuese expresado de la forma correcta, pero tenía lo más importante que ha de tener un consejo: utilidad.

No soy un buen narrador. Quizá debería contaros mi vida desde el principio. Quizá debería hablaros de mi padre. O quizá debería limitarme a hablar sobre su consejo.
Hablaré un  poco sobre mi familia, quizá así lleguéis a comprender mejor su consejo. Seré claro y directo: somos gatos callejeros. No tenemos país, ni ciudad, ni hogar, ni tan siquiera un territorio al que considerar propio. Algunos os preguntaréis: ¿cómo es posible que un gato piense, hable, escriba? Como estoy aquí para hablaros del consejo, obviaré la respuesta a dicha pregunta.

Seguramente, con lo que ya os he dicho habré resumido perfectamente mi vida. Los gatos sin dueños en la gran ciudad tenemos una esperanza de vida muy corta: mi madre murió al darme a luz, y mi padre me abandonó unos años más tarde. Pero me dejó su consejo.

Debería ser más concreto: ¿qué es para vosotros un consejo, humanos? Seguramente, una frase no muy larga que te indique lo que has de hacer, una especie de conciencia en palabras. Para mi es algo mucho más amplio. Y más útil.

Actualmente hago lo que hacen todos los demás gatos: cazo, como, duermo, huyo de los depredadores (muchas veces, vosotros), aúllo, me aseo, dejo descendencia… Pero siempre siguiendo el consejo que me legó mi padre. Es lo que alienta mi llama.

¿Qué hago cuando no encuentro refugio por la noche? Me acuerdo de su consejo. ¿Qué hago cuando estoy demasiado hambriento para cazar? Me acuerdo de su consejo. ¿Qué hago cuando no sé cómo continuar esta narración? Me acuerdo de su consejo.

A estas alturas, muchos estaréis ya ansiosos por saber cuál era su consejo. Os confesaré que cualquiera de vosotros podría darlo, porque no hacen falta palabras para ello; tampoco es necesario pensar mucho. Y es que toda la vida de mi padre fue un consejo para mí, el consejo más grande y útil de todos. Y ahora te pregunto, humano, ¿tú tienes un consejo útil que dejar al mundo?


No soy un buen narrador, pero creo saber cuando finalizar un texto.