UNA VISITA AL ABUELO
-¡Vamos,
Juan! ¡Vamos a ver al abuelo! ¿Qué historia nos contará esta vez?- decía
entusiasmada Ana.
-No
lo sé, pero la última vez fue un rollazo, nos contó cómo eran los días de
colegio en su época- se quejaba Juan.
Llegaron
corriendo y su abuelo les ofreció un zumo de naranja, se sentaron en el sofá y
empezó:
-¿Queréis
una historia?
-¡Siiiiiiiiiiiiii!-
gritaron a coro los dos.
-Vale,
comenzaré: tenía doce años y estaba pasando una mala racha: suspendía muchas
asignaturas, algunos conocidos se mudaban a la ciudad y la tienda de mis padres
no iba bien. Esto era en 1940. La guerra civil había hecho de España un país
pobre, así que las cosas no iban bien. Cuando mis amigos jugaban yo tenía que
ordenar la tienda y me enfadaba con mis padres. Ya llevábamos dos años así y mi
madre murió. Mi padre tuvo que hacerse cargo de mí y mis tres hermanas. A la
mayor la envió a un convento de monjas y a la mediana la mandó un día de
invierno a la ciudad a comprar cosas para la tienda, pero no pudo volver del
cansancio y murió. Solo quedábamos mi hermana pequeña y yo. Mis amigos y sus
familias ayudaban con lo que podían pero los tiempos cambiaron y se fueron a la
ciudad a buscar fortuna. El pueblo estaba cada vez más vacío y creo que en la
actualidad es un pueblo fantasma.
-¡Un
pueblo fantasma! ¿Y hay fantasmas de verdad?- dijo Ana.
-No,
je je, eso quiere decir que es un pueblo sin habitantes.
-¿Y
por qué se llama así?
-No
lo sé pero eso ahora no importa.
-¡Sigue,
por favor!- gritaba Juan.
-Vale,
entonces fue cuando solo quedábamos tres amigos: Julián, Quique y yo. Un día
íbamos de camino a los campos de trigo cuando encontramos un libro (si es que
se podía llamar así) en el que ponía: LEYENDAS URBANAS. Lo miramos y
encontramos una leyenda de nuestro pueblo, Valdevilla, en el que decía que
había yacimientos de petróleo bajo el pueblo. Yo había visto hacía días arena
negra en un campo cercano a las viñas así que al día siguiente me puse a buscar
allí. Cada vez la tierra era más negra, lo que quería decir que había “oro
negro” bajo Valdevilla. Fui a comunicárselo a mis amigos diciéndoles que los problemas
económicos se habían acabado y que podíamos vender los terrenos. “Nos
favorecerá mucho” dije, “las empresas petrolíferas pagarán mucho dinero por un
yacimiento de petróleo que no está en alta mar”. “No” dijeron “no podemos
deshacernos de este pueblo, cuando tengas nietos y les hables de tu pueblo y te
pregunten: ¿dónde está? Y tú les respondas: vendimos los terrenos no te
sentirás muy bien”. Parecía que había trabajado para Greenpeace toda la vida.
“¡pero son nuestro futuro!”. “Nuestro futuro está en la ciudad, puede que esto
sea un pueblo fantasma pero al menos existirá” “Vale” dije.
-Gracias
abuelo por no haber hecho eso- dijo Ana.
-No
fui yo, fueron mis amigos. Nunca he
vuelto a tener amigos como los tuve cuando tenía doce años. Dios mío, ¿alguien los
tiene?
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