viernes, 6 de junio de 2014

4 ESO Álvaro Bernárdez Hernández

Me despierto sofocado, nervioso, como si hubiera tenido una pesadilla. Me toco la cara, me la pellizco, me aseguro de que estoy despierto. No se escucha nada ni un solo ruido, ni un solo murmullo como de costumbre. Me levanto de la cama y empiezo mi rutina en este sombrío lugar. Tengo ya 17 años pero me sigue dando miedo bajar las escaleras sabiendo que no hay nadie en casa desde que mi padre y mi madre desaparecieron... llego a la cocina, me preparo unas tostadas y me afeito, cojo las gafas de sol, me voy de camino al colegio.

Siempre voy despacio, sin prisas para no despertar dudas entre estos seres. Son las 11 de la noche y ya ha sonado la campana, vuelvo a llegar tarde como de costumbre. Llego 5 minutos después aunque al profesor no le extraña, siempre me pasa lo mismo y me deja sentarme en mi sitio. Me suelo sentar cerca de una lámpara que casi no luce y a estos seres les molesta esa poca luz. Yo para no levantar sospechas, me pongo las gafas de sol y hago como si me molestara, aunque en realidad lo que ocurre es que me hace sentirme un poco mejor. En la clase hay tres lámparas que no dan casi nada de luz por lo que cuando el profesor me pregunta por algo que hay escrito en la pizarra, no le respondo, no porque no sepa la respuesta sino porque no lo consigo leer .A mis profesores les extraña porque en los exámenes si saco buenas notas, de momento no he repetido ningún curso y es lo que quiero, terminar el colegio y alejarme todo lo posible de ellos, aunque eso será muy difícil.

Cuando llega la hora del comedor es la parte que más odio del día, comer. Siempre nos ponen lo mismo, un trozo de carne que chorrea sangre por todas partes. Todo el mundo se lo come encantado, como si estuvieran en un restaurante comiendo su comida favorita pero yo no puedo.

Me gusta estar solo, alejado de ellos. He intentado no destacar en nada para no ser popular ni conocido. Parece que eso de ir de marginado atrae a las chicas y
me preguntan si les puedo ayudar con los estudios o alguna otra cosa para estar con ellos y siempre las rechazo, pero hay una que nunca me ha dirigido la palabra, ni siquiera me mira. Hoy todo ha cambiado porque me ha mirado con cara de sospecha como si hubiera visto algo en mí, eso me inquieta.

Cuando llego a casa al finalizar el colegio, me quedo más tranquilo. Llego a casa sin prisas, cierro todas las persianas porque en una hora sale el sol y la policía viene para revisarlo. Una vez que pasan por mi casa me relajo, cierro la puerta y  me tumbo en la cama, este es mi momento favorito del día cuando esos seres no están andando por la calle y puedo salir a disfrutar de la luz del sol, comer alguna fruta para olvidarme del sabor de esa carne. Lo peor de esto es que esta forma de vida casi no duermo y siempre se me pegan las sábanas.

-¡Me he quedado dormido!

Estoy corriendo de camino a casa casi es de noche otra vez y esos seres volverán a la calle, solo quedan unos pocos minutos de sol. Consigo llegar a casa pero ya hay de esos seres ahí fuera. Están nerviosos, huelen algo, estoy sudando. Rápidamente me voy a la ducha mi cuerpo ya no huele pero mi ropa sí, hay una multitud de ellos rodeando mi casa, me entra el pánico, no sé que hacer. Gente llama a la puerta, golpea las ventanas, de los nervios me caigo al suelo, me hago una herida y empiezo a sangrar.
 Ya no se  escucha nada, pero de golpe la puerta se rompe al igual que las ventanas, empiezan a entrar a centenares, cierro los ojos, este es mi fin.

No pasa nada, abro los ojos, el tiempo se ha parado, veo a mi madre como un ángel que me dice:

- Algunos sueños se hacen realidad, otros no, pero sigue soñando.


Me despierto sofocado, nervioso, como si hubiera tenido una pesadilla. Me toco la cara, me la pellizco, me aseguro de que estoy despierto. No se escucha nada ni un solo ruido, ni un solo murmullo. Me levanto de la cama y comienzo mi rutina.

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