viernes, 6 de junio de 2014

PRIMER PREMIO 2 ESOJesús Rosales Magallanes

LA ESCRITURA DEL DETALLE

Es increíble exclamé. Aquel viejo maestro sentado en su silla de madera pulida hacía fácil lo que me parecía imposible. Tenía el arte de ver lo que habían hecho las personas que escribían una simple carta, un simple texto. Poco a poco fui aprendiendo y a mí también me llegó a resultar sencillo. Todo era normal aquel día, salvo por lo que descubrí en una carta, era algo peligroso, pero era joven, por lo que, cometí un error, investigar sobre lo que había visto, un asesinato. Al día siguiente me levanté y me precipité a las calles de Londres carta en mano, quería saber quién la había enviado, porque lo más probable, era que quien lo había enviado, lo había escrito, y, por tanto, sería mi asesino. Cuando llegué a correos, no me pudieron decir nada, pero me dijeron que el sello de la carta era característico, que solo se vendía en un lugar, la Vieja Tienda de Antigüedades. Cuando el dependiente lo vio, me dijo que se lo había vendido a un señor viejo, de pelo blanco y barba larga, pero no sabía más. Al principio no me ayudó esa información pero me di cuenta que me servía para descartar sospechosos: los niños, hombres y mujeres jóvenes no podían ser. Tampoco los ancianos del asilo porque no les dejaban salir.
También descarté a los ancianos con familia, porque no tenían nada contra nadie, ya que eran felices. Así me quedaron los ancianos solitarios de pelo blanco y barba larga. Por ello, fui por los callejones de Londres, buscando con la mirada a un hombre que reuniera todas las características del asesino, pero no lo encontré.
Al día siguiente fui al depósito de cadáveres y pregunté por los fallecidos en las últimas 48 horas. Por suerte solo había tres, por lo que volví a sacar la carta para ver quién podría ser.
Había una niña, un hombre y una mujer. Cuando estaba escudriñando la carta los médicos trajeron otro muerto, en este caso, otro hombre. Entonces lo vi claro, el asesino había vuelto a matar. Estudié el pasado de los dos hombres y descubrí que tenían algo en común, los dos habían ido a la guerra, por lo que deduje que el asesino había ido a la guerra o, y lo más probable, que perdiera un ser querido en ella. Esto fue un gran paso, porque los dos fallecidos habían ido a la misma guerra, así que solo tenía que mirar quién  murió en la guerra y contrastar los apellidos con los ancianos de Londres. Empecé a hacerlo, y vi a un anciano que me sonaba mucho su apellido, ¡era mi maestro!, pero eso no era lo peor, lo peor era que solo él había perdido a un hijo en la misma guerra. No me lo podía creer, pero si mi mentor era un asesino, quería saberlo, por lo que fui al taller, para hablar con ese viejo solitario de pelo blanco y barba larga. Pero cuando llegué, era demasiado tarde, se había suicidado y me había dejado una carta sobre la mesa: “Lo siento, como tú ya sabrás, soy un asesino, pero me daba rabia que otros que no se lo merecieran siguieran vivos y mi hijo no, por lo que, hice lo que para mí era justicia”.

No había duda, era el asesino, era la misma letra que la carta inicial. Esas palabras fueron un mazazo para  mí, había estado con un asesino desde pequeño. Pero decidí afrontar esto como una señal para ser detective de homicidios, así que, miré al frente y pensé: “mañana será otro día”.

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