viernes, 6 de junio de 2014

PRIMER PREMIO 4 ESO Sandra Barreda Gónzalez


Acaricio tus cabellos de oro pero tú como siempre no me percibes. Las lágrimas cristalinas que recorren los surcos de tu piel arada por el tiempo caen libremente en la almohada, siendo mis dedos invisibles incapaces de retenerlos.
Estoy a tu lado, junta al grupo de personas que esperan que el tiempo se detenga para ti y les regale unos últimos instantes contigo. Yo espero impaciente rogando, al contrario, que el tiempo se acelere y tu vida se apague.
Tu habitación ha cambiado tanto en estos años… recuerdo perfectamente cada color y cada objeto que decoró estas paredes con el paso del tiempo. Tú convertiste esta cárcel de cemento y ladrillo en un espacio de libertad, donde creíste llorar sola todas esas penas que afligieron tu corazón y fueron desgastando tu alma. ¿Lo recuerdas? ¿Recuerdas la primera vez que cerraste esta puerta de un golpe brusco para que nadie descubriese que la niñita orgullosa y altanera de siempre, lloraba por no tener un skate? Yo sí, lo recuerdo perfectamente.
El tiempo transcurre tan rápido y a la vez tan lento para mí que puedo retener en mi memoria momentos como ese. Yo me senté a tu lado mientras deslizaba la mano por tu cabello, alucinado por la ternura que desprendías y que nunca demostrabas. Tu cuarto era amarillo en ese tiempo: color que empezaste a odiar unos cuantos años después, asegurando que querías un cambio radical en tu vida y prefiriendo destrozarte los oídos con música electrónica.
La habitación la pintaste de un azul eléctrico que apenas se distinguía entre los posters y dibujos que pegaste en la pared. Debo confesártelo, al principio me torturabas con el volumen estridente del equipo de música y esos sonidos indescifrables que repetías mientras dibujabas, patinabas y leías. Con el tiempo llegaron a gustarme tanto como a ti tus libros, dibujos e incluso tu música: y es que defendías todo aquello con tanta pasión que me caló hondo. Tu madre no lo llegó a comprender jamás, y los pocos amigos que traías de visita tampoco.
Me acuerdo de la primera persona que llegó aquí y supo valorar como yo la vehemencia con la que vivías para tu arte. ¿Tú también te acuerdas verdad? El idiota ese que parecía perfecto para ti en ese momento, con quien te tirabas horas y horas conversado cobre todo lo que te apasionaba y a él también. Erais tan parecidos… ¿verdad? Hasta que un día decidió dejarte por alguien más. De manera que te ocultaste en tu soledad; pero cuando pensabas que estabas apartada de todo yo estaba ahí, absorbiendo tus penas y brindándote un consuelo silencioso.
Aquella no fue la primera vez. ¿Cuántas veces fui testigo de tus amores y desamores? ¿De historias con distintos finales que no llevaban a ninguna parte? Lo que para ti fue un tiempo perdido inútilmente, para mi fueron momentos en los que te perdía, abandonada en manos de otros que no supieron desnudar tu alma, pero si tu cuerpo. Aquellos que ni siquiera se esforzaban por conocerte. Transcurridos unos años te convenciste de que no necesitabas a nadie y te marchaste a Roma, a cumplir tus sueños.  No pude dejar de llorar tu ausencia. Debí engañarme pensando que no volverías, que no sería testigo nuevamente de tus ojos grises reflejando tus más ardientes deseos. Sin embargo, estuve ahí, junto a esa ventana todos esos años. Recordándote, aferrándome a la esperanza de verte cruzar la calle algún día y que finalmente volvieses junto a mí. Estaría de más explicarte cómo me sentí el día que atravesaste esa puerta, como si nunca te hubieses marchado. Me lancé a tus brazo, a sabiendas de que no me sentirías, consolándote como antaño; sintiendo impotencia por no ser capaz de retener esas lagrimas mientras te preguntabas por qué nuevamente la vida te golpeaba de esta manera; llevándose a tu padre esta vez. Me sentí feliz ante tu desgracia. Fui egoísta, lo sé. Tú sufrías, pero estabas de nuevo a mi lado. Nada me importaba más. Mientras tú creíste estar encerrada en una prisión de soledad, yo vivía el cielo en la Tierra. Acompañándote sin ser presenciado., abrazándote sin que sintieras mis brazos, besándote en los labios mientras dormías.
Te miras al espejo y ves y ves correr el tiempo deteriorando tu piel y destiñendo tus hermosos cabellos. Yo, a tu lado, cada vez te veo más hermosa, con el tiempo mellando experiencia y sabiduría en tu mente y en tu corazón. Y ahora, finalmente, llegó el momento que esperé toda tu vida; nuestra vida. Ya atravesaste esta etapa de existencia llamada vida, la misma que yo atravesé ya ni sé cuánto tiempo atrás.

Tu marido y tus sobrinos sollozan, yo sonrío. El médico toma tu pulso y toco tu corazón. Tu vida se extingue. Al fin. Tu alma es finalmente libre de esa prisión de carne que te ata a este mundo  de sufrimiento y mentiras, de alegrías pasajeras que se olvidan con el tiempo. ¿Estás desconcertada? Mañana será otro día. El día en que, por fin, nuestras almas se unan para siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario