Acaricio
tus cabellos de oro pero tú como siempre no me percibes. Las lágrimas
cristalinas que recorren los surcos de tu piel arada por el tiempo caen
libremente en la almohada, siendo mis dedos invisibles incapaces de retenerlos.
Estoy
a tu lado, junta al grupo de personas que esperan que el tiempo se detenga para
ti y les regale unos últimos instantes contigo. Yo espero impaciente rogando,
al contrario, que el tiempo se acelere y tu vida se apague.
Tu
habitación ha cambiado tanto en estos años… recuerdo perfectamente cada color y
cada objeto que decoró estas paredes con el paso del tiempo. Tú convertiste esta
cárcel de cemento y ladrillo en un espacio de libertad, donde creíste llorar
sola todas esas penas que afligieron tu corazón y fueron desgastando tu alma.
¿Lo recuerdas? ¿Recuerdas la primera vez que cerraste esta puerta de un golpe
brusco para que nadie descubriese que la niñita orgullosa y altanera de
siempre, lloraba por no tener un skate? Yo sí, lo recuerdo perfectamente.
El
tiempo transcurre tan rápido y a la vez tan lento para mí que puedo retener en
mi memoria momentos como ese. Yo me senté a tu lado mientras deslizaba la mano
por tu cabello, alucinado por la ternura que desprendías y que nunca
demostrabas. Tu cuarto era amarillo en ese tiempo: color que empezaste a odiar
unos cuantos años después, asegurando que querías un cambio radical en tu vida
y prefiriendo destrozarte los oídos con música electrónica.
La
habitación la pintaste de un azul eléctrico que apenas se distinguía entre los
posters y dibujos que pegaste en la pared. Debo confesártelo, al principio me
torturabas con el volumen estridente del equipo de música y esos sonidos
indescifrables que repetías mientras dibujabas, patinabas y leías. Con el
tiempo llegaron a gustarme tanto como a ti tus libros, dibujos e incluso tu
música: y es que defendías todo aquello con tanta pasión que me caló hondo. Tu
madre no lo llegó a comprender jamás, y los pocos amigos que traías de visita
tampoco.
Me
acuerdo de la primera persona que llegó aquí y supo valorar como yo la
vehemencia con la que vivías para tu arte. ¿Tú también te acuerdas verdad? El
idiota ese que parecía perfecto para ti en ese momento, con quien te tirabas
horas y horas conversado cobre todo lo que te apasionaba y a él también. Erais
tan parecidos… ¿verdad? Hasta que un día decidió dejarte por alguien más. De
manera que te ocultaste en tu soledad; pero cuando pensabas que estabas
apartada de todo yo estaba ahí, absorbiendo tus penas y brindándote un consuelo
silencioso.
Aquella
no fue la primera vez. ¿Cuántas veces fui testigo de tus amores y desamores?
¿De historias con distintos finales que no llevaban a ninguna parte? Lo que
para ti fue un tiempo perdido inútilmente, para mi fueron momentos en los que
te perdía, abandonada en manos de otros que no supieron desnudar tu alma, pero
si tu cuerpo. Aquellos que ni siquiera se esforzaban por conocerte.
Transcurridos unos años te convenciste de que no necesitabas a nadie y te
marchaste a Roma, a cumplir tus sueños.
No pude dejar de llorar tu ausencia. Debí engañarme pensando que no
volverías, que no sería testigo nuevamente de tus ojos grises reflejando tus
más ardientes deseos. Sin embargo, estuve ahí, junto a esa ventana todos esos
años. Recordándote, aferrándome a la esperanza de verte cruzar la calle algún
día y que finalmente volvieses junto a mí. Estaría de más explicarte cómo me
sentí el día que atravesaste esa puerta, como si nunca te hubieses marchado. Me
lancé a tus brazo, a sabiendas de que no me sentirías, consolándote como
antaño; sintiendo impotencia por no ser capaz de retener esas lagrimas mientras
te preguntabas por qué nuevamente la vida te golpeaba de esta manera;
llevándose a tu padre esta vez. Me sentí feliz ante tu desgracia. Fui egoísta,
lo sé. Tú sufrías, pero estabas de nuevo a mi lado. Nada me importaba más.
Mientras tú creíste estar encerrada en una prisión de soledad, yo vivía el
cielo en la Tierra. Acompañándote sin ser presenciado., abrazándote sin que
sintieras mis brazos, besándote en los labios mientras dormías.
Te
miras al espejo y ves y ves correr el tiempo deteriorando tu piel y destiñendo
tus hermosos cabellos. Yo, a tu lado, cada vez te veo más hermosa, con el
tiempo mellando experiencia y sabiduría en tu mente y en tu corazón. Y ahora,
finalmente, llegó el momento que esperé toda tu vida; nuestra vida. Ya
atravesaste esta etapa de existencia llamada vida, la misma que yo atravesé ya
ni sé cuánto tiempo atrás.
Tu
marido y tus sobrinos sollozan, yo sonrío. El médico toma tu pulso y toco tu
corazón. Tu vida se extingue. Al fin. Tu alma es finalmente libre de esa
prisión de carne que te ata a este mundo
de sufrimiento y mentiras, de alegrías pasajeras que se olvidan con el
tiempo. ¿Estás desconcertada? Mañana será otro día. El día en que, por fin,
nuestras almas se unan para siempre.
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