martes, 2 de junio de 2015

Patricia Hernández Sastre 1º B ESO


UNA SORPRESA INESPERADA
Cuenta  la leyenda que en la calle Lorenza hay una casa muy antigua, a la que cada 31 de octubre los espíritus van a pasar el día. Muchos dicen que es verdad, pero otros no se lo creen, ya que nadie ha visto nunca a alguien dentro.
Yo era pequeño cuando me lo contaron; tan sólo tenía siete años, era muy curioso y entusiasta; siempre en el colegio me llamaban Tito, y al final, me he quedado con ese nombre.
Ahora ya soy adulto y soy un cazafantasmas No a todos mis familiares les entusiasma la idea, pero es lo que me gusta.
Ya llevo dos años con este oficio y siempre he querido averiguar si esa leyenda era cierta. He estudiado y trabajado mucho, pero el esfuerzo no ha dado sus frutos. Este año sí que lo voy a conseguir, estamos a 28 de octubre y sólo quedan tres días para Halloween. Tiempo suficiente para preparar el equipo de cazafantasmas.
Estuve día y noche trabajando en ello. Cuando llegó el día todos los niños se habían disfrazado con los trajes más terroríficos e iban pidiendo chuches de casa en casa, pero nunca iban a la calle Lorenzo, pues les daba miedo.
Yo salí de mi casa ya con el equipo preparado, intentando parecer un miembro más de aquella fiesta. Me dirigía a la casa de los fantasmas. Al llegar vi que era un tanto peculiar; tenía un gran portón de color rojo sangre, pero el edificio en sí, era terrorífico con unas gárgolas en lo alto.
Pude observar que la puerta estaba un poco abierta y entré sin rechistar. No se oía ningún ruido. En el interior había muebles de diseño, grandes alfombras de color canela y unas enormes escaleras que llevaba al piso de arriba. Todo seguía estando muy tranquilo, así que me precipité hacia el segundo piso. Era un gran pasillo donde se distribuían las habitaciones; todo estaba oscuro, pero a lo lejos se distinguía una luz que provenía de una habitación. Entonces, cuando me dirigía hacia la puerta para abrirla, oí una música clásica que provenía de allí.
Entonces preparé el equipo y abrí la puerta rápidamente; par mi sorpresa sólo se trataba de una viejecita que estaba sentada en un gran sillón rojo; sobre ella había un gatito que jugaba con un hilo. La luz provenía de la chimenea y la música de un viejo radiocasete.
Al ver el rostro de la señora parecía asustada , y pensé que era lo normal al ver que un desconocido había entrado en su casa, pero instantáneamente la señora echó a correr escaleras abajo. Tenía un pequeño cofre en las manos. Yo la seguí, pero era muy rápida; se notaba que hacía ejercicio.
Después de un rato buscándola alrededor de la casa, la encontré sentada en un rincón contemplando aquel cofre. Yo asustado le conté por qué había ido a su casa, y ella pareció entenderme.  Ya no me tenía miedo y se dispuso a contarme su historia. Me dijo que ella había sido la que se había inventado toda la leyenda, puesto que su marido era un hombre muy malo que sólo deseaba el mal a los demás, pero ella, aun así, le quería. Los ciudadanos, cansados de su marido, lo mataron y, por miedo a que la mataran también a ella, se inventó lo de los espíritus para que nadie entrara en su casa. 
Yo lo entendí al instante y me entró curiosidad al saber qué había en el cofre; ella me miró y, como si por arte de magia me hubiese leído la mente, me dijo que se trataba del anillo de su boda, ya que nunca se llegaron a casar.

A partir de esos días me dediqué a que nadie conociese el secreto. 

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