Empezaba otro lunes y yo, como de costumbre,
apagaría mal la alarma, se me caería la tostada hacia abajo y cogería tarde el
autobús. Allí estaba yo, tumbada en la cama, pensando y observando a la vez, a
la gente que mi vista podía alcanzar sin mover la cabeza. Por la calle pasaba
todo tipo de personas; madres con hijos, jóvenes (adolescentes) como yo; pero
también pasaba gente mayor, a la que, por su sabiduría, apreciaba.
Me decidí a levantarme de la cama tras el grito, ya
cuarto, de mi madre.
Cuando me encontraba preparada cogí mi cámara, mi
almuerzo, mí mochila y salí de casa. Iba
en el autobús cuando me di cuenta de que a última hora tenia que presentar un
trabajo para filosofía, así que me bajé dos paradas antes de llegar y me compré
un café y unas magdalenas. Tenía que pensar la idea; tras mucho darle vueltas a
la cabeza por fin la tenía y me puse manos a la obra.
Para empezar era un trabajo que según el profesor tenía
que ser original. Decidí plasmar con mi cámara a la gente que caminaba frente a
la terraza en la que yo estaba sentada e imaginarme, por como iban, cual era su
situación. Por delante de mi pasaban todo tipo de personas, pero una me llamo
en especial la atención por la gente de su alrededor y por su actitud. El
protagonista de mi trabajo era un hombre de más o menos la edad de mi padre,
muy elegante, que paseaba por una de las mejores barrios de Madrid. Miraba con
desprecio a los pobres que pedían y a gente que, según su criterio, no tenía su
mismo estatus mientras hablaba con desprecio a la persona que estaba al otro
lado del teléfono. Por lo que pude oír
de la conversación, se trataba de un tema de negocios y no me hizo falta pensar
más; el típico ricachón con mujer a la que no quiere e hijos a los que no
aprecia, cuyo único objetivo en la vida es acumular ceros a la derecha en su
cuenta bancaria.
Vamos, un tipo al que todo el mundo querría conocer.
Tras quedarme pensando en aquel ser que me dio la idea del trabajo, tras unos
segundos de rompecabezas, me centré ahora en las miradas de la gente hacia él.
Como en la vida, había una gran variedad de miradas.
Dos chicas jóvenes tenían mirada de “quién lo pillara” y los pobres de
alrededor con cara de envidia, de rabia y un ligero brillo de dolor en sus
ojos.
Me tocaba mi turno, qué veían mis ojos de esa
situación vivida a las nueve de la mañana de un lunes y llegué a dos
conclusiones. La primera, me había dejado llevar por el lado del cerebro que
quiere ser conocido, quiere tener dinero y gastarlo en cantidad. Mi otro
pensamiento se acercaba más al telediario de cada día, a la ambición de las
personas y como pierden la cabeza cuando tienen la oportunidad de sacar algo de
beneficio. Porque uno de los peligros en una mente humana es la insatisfacción.
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