DOS
BIOGRAFÍAS.
Algunos
sueños se hacen realidad, otros no, pero sigue soñando, como hicieron estos dos
hombres. Pero, realmente, ¿supieron interpretar sus sueños? ¿No serían, en
realidad, pesadillas? Aquí se pueden leer las biografías de sólo dos filósofos
pero también son dos biografías universales, de todos los hombres.
Nació
sin querer. Recibiendo una educación burguesa, entró en la universidad a
estudiar teología, con el único objetivo, quizá, de estudiar teología. No sería
ésta la única contradicción que le tocase vivir, pronto se daría cuenta de
muchas otras. Comenzó con la filosofía, Husserl y la fenomenología le abrieron la
mente, pusieron su cerebro a funcionar. La angustia pronto sería su verdadera
musa, aquella que haría que su pensamiento fuese nuevo, una visión
completamente innovadora sobre estos seres que andan por la tierra, que lloran
y se alegran sin saber por qué, que mueren sin haber vivido. En un tono
conmovedor, casi místico, redactó su gran obra. El ser-en-el-mundo que se
agobia, que se angustia, que lleva la existencia como un lastre y el tiempo
como su mayor desgracia. Un Ser que se pregunta por sí mismo y que se da cuenta
del regalo trágico que es la existencia. Un Ser que se dirige sin quererlo
hacia la nada, hacia la muerte.
Unos
años después volvió a mirar el mundo. Esta vez era otro, las cosas habían
cambiado en su pensamiento, esta vez vio a un Ser olvidado de sí mismo y de la
Tierra. El mercantilismo y la colectivización, esos dos cánceres del espíritu
que tanto daño estaban causando a los valores del hombre. Cambió, perdió la
piedad, no sólo el cristianismo era ya un atentado contra la vida, ahora lo era
también la técnica. Ya no le importaba que muerieran los débiles, al contrario,
había que ayudarlos a morir. Solo aquel Ser que fuese capaz de preguntarse por
el Ser, de mirar de cara a la muerte, de encontrar la fuerza en medio de la
tempestad, era realmente digno de vivir. Alzó el brazo deseando victoria al
Fürher, convertió a sus alumnos en bestias indomables, en hombres con valores
aristocráticos y con una voluntad de poder casi infinita. Pero su sueño
fracasó. Calló. Escribió y criticó el humanismo. Ya no había salvación para el
Ser, ya no quedaba ni una sola motivación para hacer resurgir el espíritu y
poner la sangre sobre la tierra. La ciencia, que no piensa; la técnica, que
sólo hace al humano retroceder, se extendían por el mundo. Él, sin embargo, en
su cabaña, aumentando cada día más su antihumanismo, atormentado por el
presente más que por el pasado, viendo a un hombre condenado, un hombre que se
había olvidado de existir y de pensar; murió en su cama, no se sabe si soñando
o llorando, marchó a la nada.
*
Nació
siendo muy querido. Recibió siempre el cariño de su abuela, de su abuelo. El
amor de su madre, de su padre. Un niño, sin embargo, a pesar de ésto, incapaz
de hablar, de relacionarse. Consagró desde adolescente su vida y su pensamiento
a las palabras escritas, probablemente para aliviar las heridas del corazón. La
filosofía era su consuelo, su desdicha, su deseo, su existencia. A la vez que
cortejaba a cuantas mujeres como podía, estudiaba fenomenología, psicoanálisis.
De pronto, leyó un libro, vio al Ser por primera vez y no pudo dejar de
preguntarse por él y su lamento. Marchó a la Resistencia, allí vio cómo usaba
el hombre su libertad, vio la maldad humana en su grado máximo pero también su
bondad, su humanidad. Consagró después su pensamiento a la libertad, a la toma
de decisión, clave para entender la existencia del Ser y su angustia. También
pensó en la nada que era pues, el pasado y también el futuro. Él, al instante,
era ya otro, estaba muerto en el pasado, arrojado a un futuro incierto y
condenado a aceptarlo. Su añoranza por la libertad, le llevó al marxismo, su
humanismo, al comunismo. Para él un hombre verdadero era un campesino, alguien capaz
de vivir la totalidad del mundo, de no dividir su trabajo, de no alienarse, de
saber todo de todo. Sólo la desaparición de la alienación podía llevar al
hombre a la libertad y a ella dedicó sus letras y su tiempo. Al preguntarse
¿qué queda? Respondió: un hombre hecho de todos los hombres. Un hombre capaz de
pensar lo que todo y como todos, de sentir lo que todos los hombres sienten y
han sentido, de hablar en nombre de todos, pues sólo “él-para-otros” era su
verdadera existencia, su libertad en la libertad de los otros, en cuyos rostros
alguna vez reconoció el Infierno. Buscó ser un cualquiera, valer lo que todos y
lo que ninguno. Así rechazó toda distinción, todo premio, todo reconocimiento.
Ser como todos se convirtió en una obsesión, quizá debido a aquella locura suya
que siempre le había distanciado de las seducciones de la élite. Fue a lugares
donde la arena era ya arena y no un objeto de mercado, pudo sentir la arena
como arena libre, arena de todos los hombres, sin dueño. Se fue haciendo viejo,
cada vez había menos puertas abiertas, el cemento acechaba sobre él, para
convertirse finalmente, como es el destino de todos, en un muro. Sin embargo,
siguió alabando el espíritu de la juventud y su imaginación, y sus ganas de
cambio y de renovación. Ciego, alguien que ya no podía leer, cuando eso era lo
único que siempre había tenido; sólo le quedó agarrarse a aquella ilusión
siempre mágica: la esperanza. Llegó a un mundo feo y se iba de un mundo
horrible. Alguien que había puesto toda su libertad al servicio de las
mayorías, un humanista pleno y que, sin embargo, no veía una reacción del
hombre, no veía una verdadera revolución, una verdadera voluntad. Finalmente,
aceptando a Dios, viéndose como un ser prefigurado, murió, negándose a sí mismo
y a toda su obra, marchó a la nada.
Ahora
me doy cuenta de que éstos pueden parecer sólo dos hombres, que soñaron, pero
no es más que un reflejo del siglo XX, donde todos los hombres soñaron lo que
ellos y tuvieron que decidir qué hombre ser, o, mejor dicho, como era realmente
el hombre. Muchos más hombres fueron ellos, y ellos, sólo dos hombres, que,
desnudos o vestidos, no quisieron saber perder ni dejarse ganar ya no había ni
victoria ni derrota, sólo una meta y lo importante, y lo difícil, era,
solamente, llegar. Todos hemos sido y seremos, aunque sólo sea durante un
segundo, esos hombres.